Textos y Consignas

Los textos que se reproducen a continuacion son extraidos aleatoriamente de las numerosas lecturas de estos años en los que transité la consistencia molecular de palabras y oportunidades.
Las Consignas escriturarias ayudan, desde su eventualidad, a construir el tejido igneo de las palabras a partir de una forma no estructurada de entenderlas.
Asi, forma y contenido, no son referencias de un marco teorico.
Mas sencillamente, Textos y Consignas son un juego ceremonial al que no hay que darle mucha veracidad.
Solo un poco, poquito de ternura y solidaridad...

jueves, 29 de diciembre de 2011

Ezra Pound – El ABC de la lectura

La literatura no existe en el vacío. Los escritores como tales tienen una función social definida, exactamente proporcionada a su habilidad como escritores. Esta es su utilidad principal. Todas las otras utilidades son relativas y temporarias, y solo pueden estimarse en relación a los puntos de vista de un estimador particular.
Los partidarios de ideas especiales estiman a veces a los escritores que están de acuerdo con ellos más que a los que no lo están; pueden valorizar, y valorizan con frecuencia, a malos escritores de su propio partido o religión más que a los buenos escritores de otro partido o iglesia. Pero hay una base susceptible de estimación e independiente de todo lo relacionado con el punto de vista. Los buenos escritores son aquellos que conservan la eficiencia del lenguaje. Es decir, los que lo mantienen preciso, claro. No importa que el buen escritor quiera ser útil, o que el mal escritor quiera hacer daño. El lenguaje es el medio principal de la comunicación humana. Si el sistema nervioso de un animal no transmite sensación y estimulo, el animal se atrofia. Si la literatura de una nación declina, la nación se atrofia y decae.

Irving Welsh – Trainspotting

La mente de Renton estaba haciendo horas extras. Estupro, así lo llaman. Pueden llegar a encerrarte por esto. Ya lo creo que pueden, y luego tiran la llave. Te etiquetan como delincuente sexual; conseguiría que me partieran la cara a diario en Saughton. Delincuente sexual. Violador infantil. Pederasta. Corto de vista. Ya oía en aquel mismo instante a las galerías de psychos, cabrones, se paró a pensar, como Begbie: “Oí que la niña solo tenia seis años” “Me dijeron que fue violación” “Podría haber sido tu cría o la mía” Joder, pensó, temblando. El beicon que se estaba comiendo le daba asco. Había sido vegetariano durante años. No tenía nada que ver con la política o la moral; simplemente odiaba el sabor de la carne. No dijo nada sin embargo, tal era el deseo que tenia de quedar bien con los padres de Dianne. Donde fue inflexible fue con la salchicha, sin embargo, pues estimaba que aquellas cosas estaban llenas de veneno. Pensando en todo el jaco que se había metido, reflexiono burlonamente para si: Tienes que tener cuidado con lo que te metes en el cuerpo. Se preguntó si a Dianne le gustaría, y empezó a reírse disimulada pero incontroladamente, por los nervios, ante su espantoso doble sentido.

H.G. Wels- La Guerra de los Mundos

La llegada de los marcianos- 1 La víspera de la guerra

Nadie hubiera creído, en los últimos años del siglo XIX, que los asuntos humanos fueran vigilados de forma tan atenta y detallada por inteligencias superiores a la del hombre y, sin embargo, tan mortales como la suya; que, mientras los hombres se atareaban en sus intereses, eran escrutados y estudiados quizás casi tan profundamente como un hombre con un microscopio puede analizar las transitorias criaturas que pululan y se multiplican en una gota de agua. Con infinita complacencia, los humanos van de un lado a otro por este globo, dedicados a sus pequeños negocios y serenos en la seguridad de su dominio sobre la materia. Es posible que los infusorios, vistos bajo el microscopio, hagan lo mismo. Nadie pensó nunca en los mundos más antiguos del espacio como en una fuente de peligro para el hombre o, en todo caso, para desechar como algo imposible o improbable la idea de la vida en ellos. Es curioso recordar algunos de los hábitos mentales de aquellos días pasados. Como mucho, la gente de la Tierra especulaba sobre el hecho de que pudiera haber otros hombres en Marte, quizá inferiores a ellos y dispuestos a dar la bienvenida a una expedición misionera. Sin embargo, a través del abismo del espacio, unas mentes que en relación con las nuestras son como las nuestras en relación con las de las bestias perecederas, intelectos vastos, fríos e indiferentes, contemplaban esta Tierra con ojos envidiosos y, lentamente pero con seguridad, trazaban sus planes contra nosotros.
Y, a principios del siglo XX, llegó la gran desilusión.


lunes, 22 de agosto de 2011

Hannah Arendt- De la historia a la acción- La brecha entre el pasado y el futuro

Lo primero que hay que notar es que no solo el futuro –la ola del futuro- sino también el pasado es visto como una fuerza y no, como en casi todas nuestras metáforas, como una carga que el hombre tiene que acarrear y de cuyo peso muerto los vivos pueden o incluso deben deshacerse en su marcha hacia el futuro. En palabras de Faulkner “el pasado nunca esta muerto, ni siquiera es pasado”. Además este pasado que se extiende a lo largo de todo el camino de regreso hasta el origen, no tira de nosotros hacia atrás sino que nos presiona hacia adelante y, contrariamente a lo que cabria esperar, es el futuro el que nos retorna al pasado. Desde el punto de vista del hombre, que siempre vive en el intervalo entre el pasado y el futuro, el tiempo no es un “continuum”, un fluir en ininterrumpida sucesión, el tiempo se fractura en el medio, en el punto donde “el” esta; y “su” posición no es el presente tal y como normalmente lo entendemos, sino mas bien una brecha en el tiempo cuya existencia se mantiene gracias a “su” constante luchar, y a “su” resistir contra el pasado y el futuro. Solo porque el hombre esta inserto en el tiempo y solamente en la medida en que se mantiene firme, el fluir indiferente del tiempo se fractura en los tiempos gramaticales; es esta inserción –el comienzo del comienzo, por usar términos agustinianos- la que hace que el “continuum” temporal estalle en fuerzas que entonces, y en la medida en que están focalizadas sobre la partícula o el cuerpo que les indica su dirección, empiezan a luchar entre si y a actuar sobre el modo en que Kafka lo describe.

José Saramago- El hombre duplicado

Por casualidad o intención desconocida, alguien le ha dicho al director del instituto que Tertuliano Máximo Alfonso se encontraba en la sala de profesores, haciendo hora para el almuerzo según todas las apariencias, puesto que su única ocupación desde que entro había consistido en leer los periódicos. No releía ejercicios, no daba los últimos toques a un tema en preparación, no tomaba notas, solo leía los periódicos. Había comenzado sacando de la cartera la factura del alquiler de los treinta y seis videos, la puso abierta sobre la mesa y busco en el primer periódico la pagina de los espectáculos, sección cines. Haría después lo mismo con dos periódicos más. Aunque, como sabemos, su adicción al séptimo arte sea de fecha reciente y su ignorancia acerca de todas las cuestiones relacionadas con la industria de la imagen continúe prácticamente inalterable, sabia, imaginaba o intuía que las películas de estreno no serian lanzadas inmediatamente al mercado del video. Para llegar a esta conclusión no era necesario estar dotado de una portentosa inteligencia deductiva o de fantásticas vías de acceso al conocimiento que prescindiesen del raciocinio, se trata de una simple y obvia aplicación del mas trivial sentido común, sección mercado, subseccion venta y alquiler. Busco los cines de reestreno y, uno a uno, bolígrafo en mano, fue confrontando los títulos de los filmes que se exhibían con los que constaban en la factura, marcando esta con una crucecita cada vez que coincidían. Si a Tertuliano Máximo Alfonso le preguntásemos por que motivo lo estaba haciendo, si era su idea ir a esos cines para ver las películas que ya poseía en video, lo mas seguro seria que nos mirase sorprendido, estupefacto, tal vez ofendido por juzgarlo capaz de una acción tan absurda, aunque no nos daría una explicación aceptable, salvo esa que levanta murallas ante la curiosidad ajena y que en dos palabras se dice, Porque si.

martes, 26 de julio de 2011

Amelia Biagioni- Cazador en trance y otros poemas- La Fugitiva

Donde
en que noche y maleza
estoy corriendo
pelo rojo despavorido
ojos y nuca desbandados
gritando rojamente.
Soy la fugitiva
por que
me persiguen sin tregua
quienes
y huyo desnuda rota
atravieso cruentas palabras
pierdo los ojos
no puedo mas
tropiezo
me derrumbo
pelo gris
grito
gris.

No huiste lo bastante
dice mi espalda
y me levanta.

Y huyo otra vez
manando
pelo rojo aterrado
huella roja
pájaro fijo.
Sabiendo solamente
de profundis
que debo huir
que viene acortando distancia
no
no
no
que se acercan
desde una noche
venidera.



Mario Trejo- Orgasmo y otros poemas- Tentación de describir el acto de escribir

Ocurre que he comenzado a escribir estas palabras
que se detienen de pronto en la letra O, de pobre o
riquísima significación –según se mire-; esto es,
una graciosa elección de la vocal mas risueña del
alfabeto, nada mas que eso, o (mágica reaparición de
la graciosa vocal), por lo contrario, el foco hacia el
cual convergen las otras palabras para alcanzar su
significado pleno y único, aun si la elección que
estoy haciendo en este mismo momento es una entre
muchas o infinitas combinaciones.

Y esa letra O, ese foco, ha terminado por irradiar una
constelación de significaciones, una dentro de la
otra, que no es sino la forma de este acto de escribir,
de esta tentación de describir el acto de escribir,
cuya descripción termino en este instante, así, con la
letra O.

(Describo la forma de este acto de escribir, de esta
tentación de describir el acto de escribir que describe
la forma de este acto de escribir, de esta tentación
de describir el acto de escribir que describe la forma
de...)

Nosotros, entonces, hemos pasado de depender de la
letra O a poder manejarla.

De sentimientos, olores, gestos evadidos al tiempo
en que fueron, hablaremos mas tarde.

Ricardo E. Molinari- Barranca Yaco y otros poemas-Cuando aborrezco a la gente...

Cuando aborrezco a la gente, a los hombres,
cuando me inunda el odio y me empapa la
lengua,
salgo a buscarte por las anchas calles,
para hundirme en tu pecho, como en un
hondo río, y consolarme.
(Pero tu no estas en ninguna parte.)
Seria perfecta la vida si eso sucediera,
si lo que se sueña tuviera realidad
igual al odio, la muerte o el olvido.
Pero no; tu andas en otro mundo
que nada puede compartir con el mío,
que esta lleno de palabras, de un sol hermoso
que se pudre en el campo.

Inútil. Tendrías que entender la soledad,
el agua horrible que me quema las flores
que brotan alrededor de mi cuello,
si estoy alegre. Oír mi voz, oírla,
cuando sale quieta, a buscar la noche,
desprevenida,
deshecha de amor triste, incomprensible,
perdida.

No; no podrías nunca abandonar tu cielo,
el aire saturado de los que sueñan
junto a la gente,
para ver mi mejilla apoyada en la tierra,
desesperando la aurora.

viernes, 15 de julio de 2011

Clarice Lispector- Revelación de un mundo

¿Intelectual? No

Otra cosa que no parecen comprender los otros es cuando dicen que soy una intelectual y yo digo que no lo soy. De nuevo, no se trata de modestia y si de una realidad que ni de lejos me hiere. Ser intelectual es usar sobre todo la inteligencia, lo que no hago: lo que uso es la intuición, el instinto. Ser intelectual es también tener cultura, y yo soy tan mala lectora que, ahora ya sin pudor, digo que no tengo realmente cultura. Ni siquiera leí las obras importantes de la humanidad. Además de leer poco: solo leí mucho, y leía ávidamente lo que me cayera en las manos, entre los trece y los quince años de edad. Después pase a leer esporádicamente, sin orientación de nadie. Esto es para no confesar –y esto lo digo con algo de vergüenza- que durante años solo leía novelas policiales. Hoy en día, a pesar de tener muchas veces pereza para escribir, llego de vez en cuando a tener mas pereza para leer que para escribir. Literata tampoco soy porque no hice del hecho de escribir libros “una profesión” ni “una carrera”. Los escribí recién cuando espontáneamente me surgieron y solo cuando realmente quise.
¿Soy una aficionada?¿Que soy entonces? Soy una persona que tiene un corazón que a veces se da cuenta, soy una persona que quiso poner en palabras un mundo ininteligible y un mundo impalpable. Sobre todo una persona cuyo corazón late de levísima alegría cuando logra en una frase decir algo sobre la vida humana o animal.

John Berger- Aquí nos vemos

El cementerio tenía amplios parterres de hierba y unos árboles muy altos. Un tordo brincaba meticuloso sobre la hierba recién segada. Preguntamos al jardinero, que era bosnio, donde estaba la tumba.
Por fin la encontramos en una esquina alejada. Una sencilla lapida y un rectángulo de gramilla sobre el que había un arbusto plantado en un cesto; era un arbusto frondoso, de hoja pequeña de un verde muy oscuro y con bayas. Debería haber sabido el nombre de la planta, pues Borges amaba la exactitud; cuando escribía quería llegar hasta donde había elegido llegar. Se paso toda la vida enzarzado en políticas escandalosas o equivocadas, pero nunca se dejo enzarzar en la página.

Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.

La planta, según nos dijo el jardinero bosnio, era un tipo de boj, el buxus sempervivens. Tendría que haberlo reconocido. En los pueblos de la Alta Saboya se humedece en agua bendita una ramita de esta planta para salpicar con ella por última vez el cadáver del ser querido amortajado en la cama. Se convirtió en una planta sagrada debido a la escasez de otra. El domingo de Ramos nunca había suficientes hojas de sauce en la región, y los saboyanos empezaron a sustituirlas por ramas de este tipo de boj.
Había muerto, decía la lapida, el 14 de junio de 1986.
Nos quedamos los dos en silencio. Katya llevaba una mochila colgada al hombro y yo tenia el casco con los guantes dentro, entre las manos. Nos agachamos delante de la lapida.
Tenia tallado un bajorrelieve que representaba a unos hombres en lo que parecía una especie de embarcación medieval. ¿O estaban en tierra y era su disciplina militar lo que los hacia estar tan pegados, tan incondicionalmente juntos? Parecían figuras antiguas. Al otro lado de la lapida había mas guerreros, estos con unos remos o unas lanzas en la mano, confiados, preparados para cruzar el terreno o el agua que hubiera que cruzar.
Cuando Borges vino a morir a Ginebra, le acompañaba Maria Kodama. Había sido alumna suya en los años sesenta en sus cursos de anglosajón y literatura escandinava. Borges la doblaba en edad. Cuando se casaron, ocho semanas antes de que el falleciera, se mudaron del hotel en el que estaban, en una de las calles-archivo llamada Rue de la Tour-Maitresse, a un piso que ella había buscado.
De usted, escribió el en una dedicatoria, es este libro, Maria Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que esta sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las laminas?
Solo podemos dar lo que ya hemos dado. Solo podemos dar lo que ya es del otro.

James Joyce- Retrato del artista adolescente

El corto crepúsculo decembrino se había desplomado torpemente tras un día plomizo, y mientras Sthepen miraba el sombrío cuadrado de la ventana, el vientre le estaba reclamando su alimento. Esperaba que tendrían estofado para cenar, con nabos, zanahorias y patatas majadas y grasientos pedazos de cordero adecuados para ser bien revueltos en la salsa gruesa, adobada de harina y de pimienta. ¡Engúlletelo!, esta era la voz del vientre.
Seria una noche sombría y secreta. Poco después de la caída de la noche las lámparas amarillas iluminarían aquí y allá el sórdido barrio de los burdeles. Iría por caminos extraviados, calles arriba y abajo, haciendo círculos cada vez más cerrados, mas cerrados, con un estremecimiento de temor y de alegría, hasta que sus pasos le llevaran de pronto a trasponer cierto sombrío rincón. Las cantoneras estarían saliendo de sus casas, preparándose para la noche, desperezándose aun del sueño y ajustándose las horquillas en los mechones de pelo. Y el pasaría tranquilamente por entre ellas esperando solo un momentáneo movimiento de su voluntad o un imprevisto llamamiento que a su espíritu hiciera aquella carne suave y perfumada. Y, sin embargo, al rondar en busca de tal llamada, sus sentidos, embrutecidos solo por el deseo, tendrían que anotar agudamente todo lo que los hería o llenaba de oprobios: sus ojos, un circulo de espuma de cerveza sobre una mesa sin tapete o una fotografía de dos soldados en posición de firmes o un cartel chillón de teatro; sus oídos, la recalcada jerga de los saludos...

miércoles, 22 de junio de 2011

Cesar Aira- Las Conversaciones

La culpa era mía. Yo me lo había buscado, al lanzarme a una larga perorata de sutilezas y filosofías, en lugar de limitarme a lo básico, y dejar ver. Lo había hecho por infatuación intelectual, por el gusto de oírme hablar; era inevitable que terminara complicando lo simple y oscureciendo lo claro. Si ahora se demostraba, como parecía inminente, que lo obvio quedaba sin ver, yo quedaba colgado de un abismo, con todo mi palabrerio a cuestas. En el fondo daba lo mismo que la explicación hubiera sido larga o corta, salvo que con la larga yo había creado una expectativa mayor y me exponía a una decepción mas grave; si el no comprendía la diferencia entre el actor y el personaje de una película, era un imbecil. Y si lo era, yo no tenia mas remedio que perderle el respeto intelectual, y, mucho peor, nuestras conversaciones se extinguían en lo que tenia de bueno y gratificante para mi. No solo las perdía a futuro, pues necesariamente se me iban a ir las ganas de plantear temas interesantes o compartir reflexiones inteligentes con un necio de semejante calibre, sino que perdía retrospectivamente las conversaciones que habíamos tenido a lo largo de los años, y que constituían una parte tan central de mi vida. La revelación devaluaba el pasado, volvía ficticia toda su riqueza, y abría un agujero imposible de llenar. ¿Como llenar desde el presente un agujero del pasado?

Luís Gregorich- Literatura y Homosexualidad- Sartre y el papel del intelectual

¿Que es un intelectual? Para algunos, su función es eminentemente conservadora y aristocrática. Conserva, a lo largo del tiempo, la continuidad de una tradición y un legado espiritual que de otro modo corren el riesgo de perderse; y lo hace desde el seno de una selectisima minoría, para quien el vulgo no cuenta. No son los clérigos medievales los que encarnan esta concepción; también lo hace Goethe, genio universal y a la vez detestable cortesano, ya en pleno siglo XIX y en el pórtico de la Revolución Industrial, al decir pocos meses antes de su muerte: “Tal como va hoy el mundo, uno tiene que decirse siempre y repetirse sin cesar: ha habido y habrá hombres excelentes, y a esto hay que dirigirles una buena palabra, decirla y dejarla escrita sobre papel. Esta es la Comunión de los Santos que nosotros profesamos”
Ya en uno de sus poemas había expresado: “La verdad fue hallada hace mucho tiempo / y siempre ha unido a los espíritus nobles. / La vieja verdad: ¡aferrate a ella!”
Otra versión del intelectual, que también reconoce respetables antecedentes –basta pensar en Abelardo, Montaigne, Swift, Voltaire, Diderot-, reivindica, en cambio, una función de fermento e impugnación. No hay tal vieja verdad que deba ser custodiada al abrigo de la avidez plebeya, sino un mundo problemático e injusto que debe ser sometido, en forma permanente, a la critica, al análisis y a la discusión. Inevitablemente este tipo de intelectual enfrentara al poder tiránico y al privilegio, y se pondrá al lado de los desposeídos, aunque muchas veces el mismo provenga de una clase mas elevada. El conde León Tolstoi, rico terrateniente además de escritor gigantesco, asumió así su responsabilidad en 1908, frente a la bárbara represión en su país: “Todo lo que se esta haciendo actualmente en Rusia, se hace en nombre del bien general, en nombre de la protección y la tranquilidad del pueblo ruso. Y si esto es así, no hay duda de que entonces también lo hacen por mí, que vivo en Rusia. Por mí, pues, existe esta profunda miseria del pueblo, privado del primero y mas elemental derecho del hombre: el derecho a trabajar la tierra en que ha nacido...; por mi todas estas deportaciones de hombres, de uno en otro lugar...; por mi sufren las madres, esposas y padres de los desterrados, los cautivos y los ahorcados... ¡Pues bien, no me es posible continuar viviendo así!”

Ambrose Bierce- El Club de los Parricidas- Una Noche de Verano

El hecho de que Henry Armstrong estuviera enterrado no le parecía una prueba de su muerte; siempre había sido un hombre difícil de convencer. Pero el testimonio de sus sentidos lo obligaba a reconocer que estaba realmente enterrado. Su postura –estirado de espaldas, con las manos cruzadas sobre el estomago y atadas con algo que rompió fácilmente, aunque sin alterar la situación en forma provechosa-, el estricto confinamiento de toda su persona, la oscuridad y el profundo silencio, constituían un conjunto de evidencias imposible de controvertir y el lo aceptaba sin vacilar.
Pero no estaba muerto, no; solo muy, muy enfermo. Sentía, además, la apatía del invalido y no le preocupaba mucho el inusitado destino que le había tocado. No era un filósofo, solo una persona común y corriente dotada, por el momento, de una indiferencia patológica; su órgano de temer consecuencias estaba aletargado. De modo que sin particular aprensión por un futuro inmediato, se quedo dormido y todo fue paz para Henry Armstrong.
Pero algo ocurría mas arriba. Era una oscura noche de verano rasgada por algunos relámpagos que hacia el oeste encendían silenciosamente una nube baja, presagio de tormenta. Esas breves y sorprendentes iluminaciones destacaban con horrible nitidez los monumentos y las lapidas del cementerio y parecían ponerlos a bailar. Una noche así, no era probable que algún testigo digno de crédito estuviese paseando por el cementerio, de modo que los tres hombres que cavaban en la tumba de Henry Armstrong se sentían razonablemente seguros.

martes, 24 de mayo de 2011

Isaac E. Babel- El Despertar

Toda la gente de nuestros medios –viajantes de comercio, tenderos, empleados de banca y de oficinas navieras- hacia aprender música a sus hijos. Mis padres, al no ver la posibilidad de prosperar, recurrieron a esta lotería, la cual descansaba en las espaldas de los pequeños. Odessa se hallaba arrastrada por esa locura más que otras ciudades. Y lo cierto es que durante varios decenios surtió de niños prodigio las salas de concierto del mundo. De Odessa salieron Misha Elman, Cimbalist y Gabrilovich, entre nosotros dio sus primeros pasos Yasha Jeifets.
Cuando un chico cumplía cuatro o cinco años, la madre llevaba a aquel ser minúsculo y enclenque al señor Zagurski. Este tenía una fábrica de niños prodigio, una fabrica de enanos judíos con cuellos de encaje y zapatos de charol. Hacia por encontrarlos en los tugurios moldavos y en los hediondos patios del Mercado Viejo. Zagurski les daba las primeras lecciones y luego los niños eran enviados a Petersburgo, al profesor Auer. En las almas de estas criaturas desmedradas, de abultadas cabezas, vivía una poderosa armonía. Mas tarde se convertían en afamados virtuosos. Y mi padre decidió que yo debía ser uno de ellos. Aunque por mi edad ya no podía ser un niño prodigio –había cumplido trece años- por mi estatura y mi débil complexión podía pasar por uno de ocho. En ello cifraba toda su esperanza.

JD Salinger- Boca bonita y verdes mis ojos

Cuando sonó el teléfono, el hombre canoso le pregunto a la muchacha, con cierta deferencia, si por alguna razón quería que no atendiera. La muchacha le escucho como desde muy lejos y dio vuelta su cara hacia el, un ojo –el cercano a la luz- bien cerrado, el otro, muy abierto, aunque cínico, grande y tan azul que parecía casi violeta. El hombre canoso le pidió que se apurara, y ella se incorporo, apoyándose sobre su antebrazo derecho, con la rapidez necesaria para que el movimiento no pareciese despreocupado.
Se quito el pelo de la frente con la mano izquierda y dijo: “Por Dios. No se. Quiero decir ¿que te parece?” El hombre canoso dijo que no veía la maldita diferencia entre una cosa y otra, y deslizo la mano izquierda debajo del brazo en el que se apoyaba la muchacha, moviendo los dedos desde el codo hacia arriba hasta alcanzar la calida superficie de unión con el torso. Busco el teléfono con su mano derecha. Para no alcanzar a ciegas, tuvo que incorporarse un poco más, lo que provoco que atropellara la pantalla del velador con la parte posterior de la cabeza. En ese instante la luz favoreció su cabello gris, casi blanco, aclarándolo vivamente. Aunque desordenado en ese momento, evidenciaba un corte reciente o, más bien, un cuidado perfecto. Convencionalmente corto en la nuca y las sienes, pero un poco mas largo en los costados y arriba, con el toque justo, en efecto, para otorgarle un frívolo “aspecto distinguido”.

Rodolfo Walsh- Un oscuro día de justicia

Cuando llego ese oscuro día de justicia, el pueblo entero despertó sin ser llamado. Los ciento treinta pupilos del Colegio se lavaron las caras, vistieron los trajes azules del domingo y formaron filas con la rapidez y el orden de una maniobra militar que fuera al mismo tiempo una jubilosa ceremonia: porque nada debía interponerse entre ellos y la ruina del celador Gielty.
En la penumbra de la capilla olorosa a cedro y a recién prendidos cirios, el celador Gielty seguía rezando de rodillas como rezo toda la noche. Escurridizo, Dios afluía y escapaba de sus manos, acariciándolo igual que a un chico enfermo, maldiciéndolo como un réprobo o deslizando en su cabeza esa idea intolerable, que no era a El a quien rezaba, sino a si mismo y su flaqueza y su locura.
Porque si bien los signos no fueron evidentes para todos, el celador Gielty venia enloqueciendo en los últimos tiempos. Su cerebro fulguraba noche y día como un soplete, pero lo que hizo de el un loco no fue el resultado de esa actividad sino el hecho de que iba consumiéndose en fogonazos de visión, como un ciego trozo de metal sujeto a una corriente todopoderosa y llameando hasta la blancura mientras buscaba su extinción y su paz.
Y ahora rezaba sintiendo venir a Malcolm como lo había sentido venir a través de la bruma de los días de las semanas, y tal vez de los meses de los años, viniendo y aumentando para conocer y castigar: el hombre cuya cara se multiplicaba en los sueños y los presentimientos diurnos, en las formas de las nubes o el reflejo del agua. Astuto y seguro venia, labios tachados por un dedo, sin quebrar un palito del tiempo.

lunes, 25 de abril de 2011

Antonio Di Benedetto- Zama

Alguien me dijo:
- ¿Quieres vivir?
Alguien me preguntaba si deseaba vivir.
Era, entonces, que mi sangre no se fue toda. Era, también, que me había llegado el indio.
Podía, pues, no morir. No morir aun.
Me desgarro la ropa.
Después sentí la prisión del torniquete en los brazos y supe que mis manos sin dedos ya no manarían sangre.
Tal vez dormite, tal vez no.
Volvía de la nada.
Quise reconstruir el mundo.
Despegue los parpados tan pausadamente como si elaborara el alba.
El me contemplaba.
No era indio. Era el niño rubio. Sucio, estragadas las ropas, todavía no mayor de doce años.
Comprendí que era yo, el de antes, que no había nacido de nuevo, cuando pude hablar con mi propia voz, recuperada, y le dije a través de una sonrisa de padre:
- No has crecido...
A su vez, con irreductible tristeza, el me dijo:
- Tu tampoco.

Samuel Beckett- Malone Muere

Bien pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto. El mes que viene, quizás. Será entonces abril o mayo. Porque el año apenas comienza, mil pequeños indicios me lo dicen. Quizás me equivoque y deje atrás San Juan, y hasta el 14 de julio, fiesta de la libertad. Que digo, tal como me conozco, soy capaz de llegar a la Transfiguración o a la Asunción. Pero no creo, no creo equivocarme al decir que tales festejos, este año, se llevaran a cabo sin mí. Tengo ese sentimiento, lo tengo desde hace algunos días, y confío en el. Pero, ¿en que difiere de aquellos que me alucinan desde que existo? No, esta clase de preguntas no me inquieta. Lo pintoresco no es para mí una necesidad. Moriría hoy mismo, si quisiera, con solo esforzarme un poco, si pudiera querer, si pudiera esforzarme. Pero es preferible dejarme morir, sin violentar las cosas. Algo ha de haber cambiado en ellas. No quiero ya pesar en la balanza, ni de un lado ni de otro. Seré neutro e inerte. Me será fácil. Solo importa cuidarme de los sobresaltos. Por lo demás, me sobresalto menos desde que estoy aquí. Sin duda, aun tengo de cuando en cuando movimientos de impaciencia. De ellos debo defenderme ahora, durante dos o tres semanas. Sin exagerar nada, desde luego, llorando y riendo tranquilamente, sin exaltarme. Si, por fin voy a ser natural. Al principio sufriré más; después menos, sin sacar por ello conclusiones. Me escuchare menos, no seré ya ni frío ni caliente, seré tibio, moriré tibio, sin entusiasmo. No me contemplare morir; eso falsearía todo. ¿Me he contemplado vivir, acaso? ¿Alguna vez, acaso, me he quejado? Entonces, ¿por que alegrarme ahora? Estoy contento, a la fuerza, pero no hasta el extremo de aplaudir. Siempre estuve contento, sabiendo que seria reembolsado. Y aquí esta, ahora, mi viejo deudor. ¿Es una razón, tal vez, para recibirlo con algaraza? Ya no responderé a las preguntas. Tratare también de no formulármelas. Podrán enterrarme. No me verán ya en la superficie. De aquí a entonces voy a contar mis cuentos, si puedo. No serán los mismos cuentos de antes, eso es todo.

Augusto Roa Bastos- Hijo de Hombre

Hueso y piel, doblado hacia la tierra, solía vagar por el pueblo en el sopor de las siestas calcinadas por el viento norte. Han pasado muchos años, pero de eso me acuerdo. Brotaba en cualquier parte, de alguna esquina, de algún corredor en sombras. A veces se recostaba contra un mojinete hasta no ser sino una mancha mas sobre la agrietada pared de adobe. El candelazo de la resolana lo despegaba de nuevo. Echaba a andar tanteando el camino con su bastón de tacuara, los ojos muertos, parchados por las telitas de las cataratas, los andrajos de ao-poi sobre el ya visible esqueleto, no más alto que un chico.
- ¡Gua, Macario!
Dejábamos dormir los trompos de arasa junto al hoyo y lo mirábamos pasar como si ese viejecito achicharrado, hijo de uno de los esclavos del dictador Francia, surgiera ante nosotros, cada vez, como una aparición del pasado.
Algunos lo seguían procurando alborotarlo. Pero el avanzaba lentamente sin oírlos, moviéndose sobre aquellas delgadas patas de benteveo.
- ¡Gua, Macario Pitogue!
Los mellizos Goiburu corrían tras el tirándole puñados de tierra que apagaban un instante la diminuta figura.
- ¡Bicho feo... feo... feo!
- ¡Karai tuya coli... guilili!...
Los chillidos y las burlas no lo tocaban. Tembleque y terroso se perdía entre los reverberos, a la sombra de los paraísos y las ovenias que bordeaban la acera.

miércoles, 13 de abril de 2011

Boris Vian- El Arracacorazones

Los tres niños galopaban a cuatro patas en la sala en donde se los encerraba antes de la mamada de tresocloques. Empezaban a perder la costumbre de dormir veinticuatro horas sobre veinticuatro y a gozar con la distensión de los miembros traseros. Noel y Joel daban grititos. Citroen, mas digno, daba vueltas lentamente en torno a una mesita baja. Jacquemort los contemplaba. Solía acercarse a ellos ahora, cuando parecían ya más seres vivientes que larvas. Por efectos del clima y los cuidados recibidos habían progresado notablemente para su edad. Los dos primeros tenían pelo liso, de un rubio claro. El tercero, morocho y crespo como el día de su nacimiento, parecía tener un año mas que sus dos hermanos. Se babeaban, como es natural. Cada una de sus detenciones sobre la alfombra quedaba marcada por una manchita húmeda, unida un instante a la boca de su autor por un largo hilo momentáneo, flexible, frágil y cristalino. Jacquemort vigilaba a Citroen. Este, con la nariz apuntando al suelo, giraba ahora con suma energía. Luego sus movimientos se hicieron más lentos y se sentó. Levanto la mirada por encima de la mesita. - ¿En que estas pensando? –pregunto Jacquemort. - ¡Baauuuu!... –dijo Citroen. Tendió la mano hacia el objeto. Demasiado lejos. Se acerco sin abandonar la posición sentada y, asiendo deliberadamente el borde con los dedos, se puso de pie. - Ganaste –dijo Jacquemort-. Es exactamente así como hay que hacer. - ¡Oh, baauuu! –respondió Citroen, que soltó, cayo sentado de golpe y pareció asombrado. - ¿Ves? –dijo Jacquemort-. No había que soltarse. Es sencillo. Dentro de siete años harás tu primera comunión, dentro de veinte habrás terminado tus estudios, y cinco años mas tarde te casaras.

Leopoldo Marechal- El Banquete de Severo Arcangelo

Algunas veces –comenzó a decir Farias- he pensado que la concepción del Banquete monstruoso, tal como se dio en Severo Arcangelo, solo pudo cuajar en Buenos Aires. Porque Buenos Aires, en razón de su origen y de sus todavía frescos aluviones, no es una sola ciudad sino treinta ciudades adyacentes y distintas, cada una de las cuales aprieta su mazorca de hombres y destinos en interrogación. Solo un alma bruja como la de Severo Arcangelo pudo entresacar hombres y mujeres de tan diversos mundos, para unirlos en un collar armónico y sentarlos a la mesa de un Banquete que tanto se pareció a un aquelarre. Si gracias a usted la historia se publicase algún día, muchos entenderían por que una quinta de San Isidro quedo súbitamente abandonada, sin otro huésped que un suicida recostado aun en una fastuosa mesa de festín y dos clowns vivos y encadenados en las perreras de la casa; y sabrían asimismo por que, desde cierta noche critica, un numero de personas aparentemente no relacionadas entre si desaparecieron de la urbe sin dejar ningún rastro. Pero antes es útil que yo le diga brevemente quien soy y en que circunstancia me deje ganar por la empresa del Viejo Cíclope.

James Joyce- Ulises

Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana hacia flotar con gracia la bata amarilla desprendida, Levanto el tazón y entono: - “Introibo ad altare Dei” Se detuvo, miro de soslayo la oscura escalera de caracol y llamo groseramente: - Acércate, Kinch. Acércate, jesuita miedoso. Se adelanto con solemnidad y subió a la plataforma de tiro. Dio media vuelta y bendijo tres veces, gravemente, la torre, el campo circundante y las montañas que despertaban. Luego, advirtiendo a Esteban Dedalus, se inclino hacia el y trazo rápidas cruces en el aire, murmurando entre dientes y moviendo la cabeza. Esteban Dedalus, malhumorado y con sueño, apoyo sus brazos sobre el ultimo escalón y contemplo fríamente la gorgoteante y meneadora cara que lo bendecía, de proporciones equinas por el largo y la cabellera clara, sin tonsurar, parecida por su tinte y sus vetas al roble pálido. Buck Mulligan espió un instante por debajo del espejo y luego tapo la bacía con toda elegancia. - ¡De vuelta al cuartel! dijo severamente. Luego agrego con tono sacerdotal: - Porque esto, ¡oh amados míos!, es el verdadero Cristo: cuerpo y alma y sangre y llagas. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, señores. Un momento. Hay cierta dificultad en esos corpúsculos blancos. Silencio, todos. Lanzo una mirada de reojo, emitió un suave y largo silbido de llamada y se detuvo un momento extasiado, mientras sus dientes blancos y parejos brillaban aquí y allá con puntos de oro. Chrysostomos. Atravesando la calma, respondieron dos silbidos fuertes y agudos. - Gracias, viejo –grito animadamente-. Ira bien eso. Corta la corriente, ¿quieres?

miércoles, 6 de abril de 2011

Octavio Paz- El Arco y la Lira

Las palabras se conducen como seres caprichosos y autónomos. Siempre dicen “esto y lo otro” y, al mismo tiempo, “aquello y lo de mas allá”. El pensamiento no se resigna; forzado a usarlas, una y otra vez pretende reducirlas a sus propias leyes; y una y otra vez el lenguaje se rebela y rompe los diques de la sintaxis y del diccionario. Léxicos y gramáticas son obras condenadas a no terminarse nunca. El idioma esta siempre en movimiento, aunque el hombre, por ocupar el centro del remolino, pocas veces se da cuenta de este incesante cambiar. De ahí que, como si fuera algo estático, la gramática afirme que la lengua es un conjunto de voces y que estas constituyen la unidad más simple, la célula lingüística. En realidad, el vocablo nunca se da aislado; nadie habla en palabras sueltas. El idioma es una totalidad indivisible; no lo forman la suma de sus voces, del mismo modo que la sociedad no es el conjunto de los individuos que la componen. Una palabra aislada es incapaz de constituir una unidad significativa. La palabra suelta no es, propiamente, lenguaje; tampoco lo es una sucesión de vocablos dispuestos al azar. Para que el lenguaje se produzca es menester que los signos y los sonidos se asocien de tal manera que impliquen y trasmitan un sentido. La pluralidad potencial de significados de la palabra suelta se transforma en la frase en una cierta y única, aunque no siempre rigurosa y univoca, dirección. Así, no es la voz, sino la frase u oración, la que constituye la unidad más simple del habla. La frase es una totalidad autosuficiente; todo el lenguaje, como un microcosmo, vive en ella. A semejanza del átomo, es un organismo solo separable por la violencia. Y en efecto, solo por la violencia del análisis gramatical la frase se descompone en palabras. El lenguaje es un universo de unidades significativas, es decir, de frases.

Carlos Fuentes- El Naranjo

Me asocie de este modo a la esperanza de una victoria indígena. Todos mis actos, ya lo habéis adivinado y yo os lo puedo decir desde mi sudario intangible, iban dirigidos a esta meta: el triunfo de los indios contra los españoles. Moctezuma desaprovecho, una vez más, la oportunidad. Se adelanto a los acontecimientos, se jacto ante Cortes de saberlo amenazado por Narváez, en vez de apresurarse a pactar con Narváez contra Cortes, derrotar al extremeño, y luego lanzar a la nación azteca contra el fatigado regimiento de Narváez. De esta manera, México se hubiera salvado... Debo decir a estas alturas que siempre, en Moctezuma, la vanidad fue mas fuerte que la astucia, aunque aun mas fuerte que la vanidad, fue el sentimiento de que todo estaba predicho, por lo cual al Rey solo le correspondía desempeñar el papel determinado por el ceremonial religioso y político. Esta fidelidad a las formas acarreaba, en el espíritu del rey, su propia recompensa. Así había sucedido siempre, ¿no era verdad?. Yo no supe decir que no, argumentar con el. Quizás mi vocabulario mexicano era insuficiente y desconocía las formas más sutiles del razonamiento filosófico y moral de los aztecas. Lo que si quise fue frustrar el designio fatal, si tal cosa existía, mediante las palabras, la imaginación, la mentira. Pero cuando palabra, imaginación y mentira se confunden, su producto es la verdad...

Joseph Conrad- El Corazón de las Tinieblas

1 El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se escoro hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea. El estuario del Tamesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos, el cielo y el mar se unían sin ninguna ruptura, y en el espacio luminoso, las velas curtidas de los navíos que subían con la marea, parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que se extendía por las orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aun, parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo. El director de la compañía era a la vez nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro observábamos con afecto su espalda mientras, de pie en la proa, contemplaba el mar. En todo el río no se veía nada que tuviera ni la mitad de su aspecto marino. Parecía un piloto, que para un hombre de mar es la personificación de todo aquello en que puede confiar. Era difícil comprender que su trabajo no se encontrara allí, en aquel estuario luminoso, sino atrás, en la ciudad cubierta por la niebla. Existía entre nosotros, como ya lo he dicho en alguna otra parte, el vínculo del mar. Además de mantener nuestros corazones unidos durante largos periodos de separación, tenia la fuerza de hacernos tolerantes ante las experiencias personales, y aun ante las convicciones de cada uno.

martes, 8 de febrero de 2011

Julio Cortazar- Todos los fuegos el fuego- Reunión

Nada podía andar peor, pero al menos ya no estábamos en la maldita lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre ametralladoras y babas, hechos un asco, consolándonos cuando podíamos por el poco tabaco que se conservaba seco porque Luís (que no se llama Luís, pero habíamos jurado no acordarnos de nuestros nombres hasta que llegara el día) había tenido la buena idea de meterlo en una caja de lata que abríamos con mas cuidado que si estuviera llena de escorpiones. Pero que tabaco ni tragos de ron en esa condenada lancha, bamboleándose cinco días como una tortuga borracha, haciéndole frente a un norte que la cacheteaba sin lastima, y ola va y ola viene, los baldes despellejándonos las manos, yo con un asma del demonio y medio mundo enfermo, doblándose para vomitar como si fueran a partirse por la mitad. Hasta Luís, la segunda noche, una bilis verde que le saco las ganas de reírse, entre eso y el norte que no nos dejaba ver el faro de Cabo Cruz, un desastre que nadie se había imaginado; y llamarle a eso uno expedición de desembarco era como para seguir vomitando pero de pura tristeza. En fin, cualquier cosa con tal de dejar atrás la lancha, cualquier cosa aunque fuera lo que nos esperaba en tierra –pero sabíamos que nos estaba esperando y por eso no importaba tanto-, el tiempo que se compone justamente en el peor momento y zás la avioneta de reconocimiento, nada que hacerle, a vadear la ciénaga o lo que fuera con el agua hasta las costillas buscando el abrigo de los sucios pastizales, de los mangles, y yo como un idiota con mi pulverizador de adrenalina para poder seguir adelante, con Roberto que me llevaba el Springfield para ayudarme a vadear mejor la ciénaga (si era una ciénaga, porque a muchos ya se nos había ocurrido que a lo mejor habíamos errado el rumbo y que en vez de tierra firme habíamos hecho la estupidez de largarnos en algún cayo fangoso dentro del mar, a veinte millas de la isla...) ; y todo así, mal pensado y peor dicho, en una continua confusión de actos y nociones, una mezcla de alegría inexplicable y de rabia contra la maldita vida que nos estaban dando los aviones y lo que nos esperaba del lado de la carretera si llegábamos alguna vez, si estábamos en una ciénaga de la costa y no dando vueltas como alelados en un circo de barro y de total fracaso para diversión del babuino en su Palacio.


Walter Benjamín- Ensayos Escogidos- Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres

Toda manifestación de la vida espiritual humana puede ser concebida como una especie de lenguaje y esta concepción plantea – como todo método verdadero- múltiples problemas nuevos. Se puede hablar de una lengua de la música y de la escultura, de una lengua de la jurisprudencia, que no tiene directamente ninguna relación con aquellas en que son redactadas las sentencias de los tribunales ingleses o alemanes, de una lengua de la técnica, que no es la especializada de los técnicos. Lenguaje significa en este contexto el principio encaminado a la comunicación de contenidos espirituales en los objetos en cuestión: en la técnica, en el arte, en la justicia o en la religión. En resumen, toda comunicación de contenidos espirituales es lenguaje. La comunicación mediante la palabra constituye solo un caso particular, el del lenguaje humano y del que está en la base de éste o fundado en él (jurisprudencia, poesía). Pero la realidad del lenguaje no se extiende solo a todos los campos de expresión espiritual del hombre -a quien en un sentido u otro pertenece siempre una lengua- sino a todo sin excepción. No hay acontecimiento o cosa en la naturaleza animada o inanimada que no participe de alguna forma de la lengua, pues es esencial a toda cosa comunicar su propio contenido espiritual. Y la palabra “lengua” en esta acepción no es en modo alguno una metáfora. Puesto que es una noción plenamente objetiva la de que no podemos concebir nada que no comunique en la expresión su esencia espiritual, el mayor o menor grado de conciencia con el que se logra aparentemente (o realmente) esta comunicación no modifica en nada el hecho de que no podemos representarnos en ninguna cosa una completa ausencia de lenguaje. Un ser que estuviese enteramente sin relaciones con la lengua es una idea; pero esta idea no puede resultar fecunda ni siquiera en el ámbito de las ideas que definen, en su contorno, la de Dios.

lunes, 10 de enero de 2011

José Saramago- Ensayo sobre la Ceguera

Teniendo en cuenta que los muertos pertenecían a una y otra sala, se reunieron los ocupantes de la primera y de la segunda con la finalidad de decidir si comían primero y enterraban a los cadáveres después, o lo contrario. Nadie parecía tener interés en saber quienes eran los muertos. Cinco de ellos se tuvieron en la sala segunda, no se sabe si ya se conocían de antes o, en caso de que no, si tuvieron tiempo y disposición para presentarse unos a otros e intercambiar quejas y desahogos. La mujer del medico no recordaba haberlos visto cuando llegaron. A los otros cuatro, si, a ésos los conocía, habían dormido con ella, por así decir, bajo el mismo techo, aunque de uno no supiera más que eso, y como podría saberlo, un hombre que se respeta no va a ponerse a hablar de asuntos íntimos a la primera persona que aparezca, decir que había estado en el cuarto de un hotel haciendo el amor con una chica de gafas oscuras, la cual, a su vez, si es de esta de quien se trata, ni se le pasa por la cabeza que estuvo y está tan cerca de quien la hizo ver todo blanco. Los otros muertos eran el taxista y los dos policías, tres hombres robustos, capaces de cuidar de si mismos, y cuyas profesiones consistían, aunque en distinto modo, de cuidar de los otros, y ahí están, segados cruelmente en la fuerza de la vida, esperando que les den destino. Van a tener que esperar a que estos que quedan acaben de comer, no por causa del acostumbrado egoísmo de los vivos, sino porque alguien recordó sensatamente que enterrar nueve cuerpos en aquel suelo duro y con un solo azadón era trabajo que duraría al menos hasta la hora de la cena. Y como no seria admisible que los voluntarios dotados de buenos sentimientos estuvieran trabajando mientras los otros se llenaban la barriga, se decidió dejar a los muertos para después.

Bram Stoker- Drácula

Tratare de transcribir lo mejor posible lo que ha dicho sobre la historia de su raza:
- Los szekelys tenemos derecho a sentirnos orgullosos, pues en nuestras venas corre la sangre de muchas razas valerosas que lucharon por el señorío como luchan los leones. Aquí, en este remolino de razas europeas, la tribu ugru trajo de Islandia el espíritu guerrero que le dieron Thor y Odin, y del que sus herserkers hicieron gala en las costas europeas y en las de Asia y África, con tal ferocidad, que los pueblos creyeron que era una invasión de hombres lobos. Cuando llegaron aquí, se encontraron con los hunos, cuya furia guerrera había asolado la tierra como un fuego viviente, lo que había hecho creer a sus agonizantes victimas que por sus venas corría la sangre de aquellas brujas que, expulsadas de Escitia, fueron a aparearse con los demonios del desierto. ¡Estupidos, estupidos! ¿Que demonio o que bruja ha sido jamás tan grande como Atila, cuya sangre aun corre por estas venas?
- Y alzó los brazos- ¿Es extraño que seamos una raza conquistadora, que seamos orgullosos, que cuando los magiares, los lombardos, los ávaros, los búlgaros o los turcos se lanzaron a millares sobre nuestras fronteras, les hiciéramos retroceder? ¿Es extraño que, cuando Arpad arrasó con sus legiones la patria de los húngaros, nos encontrara aquí al llegar a la frontera, y que diera por terminada la Honfoglalas en ese lugar? ¿Y que cuando la oleada de los húngaros se extendió hacia el Esta, los victoriosos magiares consideraran a los szekelys del mismo tronco, y nos confiaran la custodia de la frontera con Turquía durante siglos? Si, y mas aun, porque esta custodia no terminara jamás, pues, como dicen los turcos: “el agua duerme y el enemigo vigila”. ¿Quienes, de las Cuatro Naciones, recibieron con más alegría la “espada sangrienta” o acudieron antes a la llamada de la guerra para ponerse bajo el estandarte del rey? ¿Quien lavó esa gran afrenta de mi nación, la vergüenza de Casova, cuando las banderas de los valacos y los magiares sucumbieron ante el Creciente; quien, sino uno de mi propia raza, que cruzó el Danubio como voivoda y derrotó a los turcos en su propio suelo? Fue un Drácula, por supuesto. ¡La pena fue que cuando él cayó, su propio e indigno hermano vendió a su pueblo a los turcos, acarreándole la vergüenza y la esclavitud! ¿No fue este Drácula, en efecto, quien inspiró a ese otro de su estirpe que, en época posterior, cruzó repetidamente el gran río con sus fuerzas para marchar sobre Turquía, y que, cuando era rechazado, volvía una y otra vez, aunque regresara solo del ensangrentado campo donde habían sucumbido sus tropas, porque sabia que triunfaría al fin? Decían que solo pensaba en si mismo. ¡Ah! ¿De que sirven los campesinos sin un jefe que los mande? ¿En que acabaría la guerra, sin un cerebro y un corazón que la dirijan? Y cuando, después de la batalla de los mohacos, nos sacudimos el yugo húngaro, la sangre de los Drácula se encontraba entre sus dirigentes, pues nuestro espíritu no soporta la falta de libertad...

Isaac Bashevis Singer- Sombras sobre el Hudson

Los pensamientos se habían materializado en palabras y las palabras en hechos. Acababan de planear que emprenderían un viaje y ya estaban en camino. Tras la ventana se desplegaba un paisaje desolado: descolorido y macilento, nublado, sumido en un ensimismamiento tan antiguo como la propia creación del mundo. A Grein le pareció que hasta el cielo se asombraba: “¿De donde provengo? ¿Quien me ha extendido sobre la tierra como una tienda de campaña? ¿De donde ha salido todo lo demás: los árboles, los ríos, los bosques?” Las ramas, los cristales de las ventanas, los penachos de humo que subían de las chimeneas compartían el asombro de Grein. Durante unos momentos un pájaro intentó seguir el tren, pero pronto quedó atrás.
Grein respiro profundamente. Que maravilloso le resultaba todo: estar sentado en un tren en marcha, ver el cielo y tener a su lado a una persona del otro sexo, un misterio llamado Anna. El viaje le aclaraba el enigma del tiempo: se enrolla en si mismo como el pergamino de una “meguilá”. No, mas bien como el pergamino de los libros de la Torá, que vuelve a enrollarse apresuradamente en la fiesta de Simjat Torá cuando, acabados de leer los dos últimos capítulos del Deuteronomio, se empieza de nuevo por el Génesis. Los capítulos semanales pasan en un abrir y cerrar de ojos, los cinco libros se suceden con rapidez, aquí esta el Deuteronomio, llega Números, Levítico... todo se mueve, todo se va enrollando mientras todo permanece: cada palabra, cada carácter, cada floritura de la letra. Sin embargo, ¿que había escrito en ese rollo acerca de él, de Grein? “Hubo un hombre llamado Grein que abandonó a su esposa y a sus hijos, dejó sus negocios y se trasladó a Florida con la esposa de un amigo. En su desenfreno creyó que Dios no existía, que no había ley ni castigo, que todo era puro azar y caos. Y he aquí que sus días sobre la tierra ya estaban contados, y los clarividentes leyeron anticipadamente su epitafio y vieron su lapida y la hierba crecer sobre su tumba. En su ceguera, imaginó que su placer seria eterno”.

domingo, 9 de enero de 2011

Pascal Quignard- La Barca Silenciosa- La comunicación separada y sagrada

Porque la soledad precede al nacimiento no hay que defender a la sociedad como un valor.
La no-sociedad es la finalidad.
El pensamiento tropieza sin cesar con los límites donde su origen lo obliga y su dolor lo somete.
El termino francés infancia es extraordinario. Viene del latín in-fantia. Quiere decir, en francés, a-hablancia (a-parlance). Remite a un estado inicial, no social, que es origen de cada uno de nosotros y en el cual no hemos adquirido nuestra lengua. Somos lo no-hablante que debe aprender la lengua en los labios de quienes nos son cercanos. También, a pesar de que lo aprendemos viviendo, envejeciendo, trabajando, leyendo, siempre somos carne donde el lenguaje desfallece. Somos siempre niños viejos, viejos no-hablantes, animales vivíparos, seres de dos mundos para los cuales la lengua no es natural ni cierta. Hay una soledad anterior al narcisismo; un terrible éxtasis infante; un desistimiento; una desolación que constituye el comienzo de los días; es casi un éxtasis interno antes del éxtasis, antes de la contemplación, antes de la lectura. Este éxtasis abisal en el fondo de nosotros puede radicalizarse hasta el autismo. Una melancolía catastrófica precede la conciencia y repliega el alma sobre si misma en un circuito cerrado. Evoco el mundo interno antes de que sea tocado por el lenguaje sensato, adquirido, significante, nacional. Temporalmente este estado melancólico precede a la constitución de la conciencia. Este estado precede a la identidad. Si la conciencia define el lenguaje en un proceso de retroalimentación, entonces hace falta que el cuerpo haya tenido el tiempo de consentir al mundo sonoro materno, luego de adquirirlo, para que haya retroacción, luego reflexión, luego autoaprehención. Hay que haber vivido al menos dos años. Este circuito cerrado antes de la conciencia es el espacio del secreto. Un renacimiento y un reconocimiento de este éxtasis interno, esa es la lectura. El lector puede adorar ese vértigo (o aquel que se niega a leer detestar ese vértigo) porque ese vértigo estuvo en su origen.
El rasgo del orgasmo es temporal: es la pérdida de la conciencia de la duración.
Este rasgo es también el de la lectura.
Evoco ese cuerpo totalmente “presa” del otro mundo.
Es el imposible reencuentro con el mundo interno. Es la imposible restauración de la consonancia con el continente. Es la locura de “lo que se retroalimenta”. Es también la locura del amor: creer posible el reencuentro con la comunicación a la primera oportunidad entre un ser y otro. En la última entrevista que dio antes de morir atropellado por una camioneta cuando cruzaba la calle, Roland Barthes afirmo que la vida independiente se iba a convertir en un verdadero desafío en las sociedades democráticas. Agregaba que aquel que pretendiera vivir su indivisibilidad de modo radical se lanzaría a una vida muy difícil. Iniciaría una aventura tan enigmática como aquella a la que se había confrontado la mayor parte de los caballeros de la antigua materia de Bretaña cuando penetraba en el bosque azaroso. Es cierto que esta actitud ahora choca no solamente con el modo de vida de las clases más jóvenes sino también con la vigilancia general, la solidaridad moral, la salvación colectiva, la ciencia y sus redes de autorización y validación. Roland Barthes decía expresamente: “Lo único que un poder no tolera nunca es la impugnación por la retirada. Esto solo se puede vivir a través de conductas clandestinas. A través de engaños. Se puede enfrentar a un poder atacándolo. La retirada es mucho menos asimilable por parte de una sociedad”.
El amor define ese “esto”: la comunicación separada y sagrada, la vida secreta, la vida intensa al margen de la sociedad, la familia, el lenguaje común. En la más hermosa novela de amor escrita en Francia, La Chatelaine de Vergy, el amor se describe como la relación que excluye la intervención de un tercero. Que excluye toda confidencia. Que impone el secreto de la guarida. Lo mismo ocurre en la más hermosa historia de amor escrita en Gran Bretaña, Cumbres Borrascosas. En la materia de Bretaña los secretos no pueden ser dichos. Las confidencias del amor no pueden ser confiadas al aire sin acarrear desastres. Deben ser reveladas solamente por escrito, no caer en oídos de nadie, disimularse a la naturaleza y a todas las clases de la sociedad

“Por favor, déjenos escribir
lo que no osamos pronunciar con los labios”




miércoles, 5 de enero de 2011

Vladimir Nabokov- Mashenka

Las gruesas y pesadas manecillas en el gran rostro blanco del reloj que sobresalía perpendicularmente del rotulo de la tienda de relojería, señalaban las seis y treinta y seis minutos. En el débil azul del cielo que aun no se había calentado después de la frialdad nocturna, solo una nubecilla se había tornado de color rosáceo, y la alargada y delgada forma de esta nubecilla tenia una gracia inefable. Los pasos de los desgraciados que a esta hora estaban despiertos y circulando sonaban con especial claridad en el aire desierto, y, a lo lejos, una luz con colorido de carne destellaba en los raíles de los tranvías. Una carretilla, cargada con enormes montones de violetas, medio cubiertos con un burdo paño a rayas, avanzaba lentamente junto a la acera, y la florista ayudaba al corpulento perro de pelo rojo a arrastrar el vehiculo. Con la lengua afuera, el perro avanzaba trabajosamente, poniendo a contribución todos y cada uno de sus nervudos músculos entregados al servicio del hombre.
De las negras ramas de algunos árboles, en las que comenzaban a brotar los botones verdes, surgió una bandada de gorriones que voló produciendo un sonido de múltiples aleteos y se poso en lo alto de un delgado muro de ladrillos.
Las tiendas todavía dormían tras sus rejas y las casas solamente estaban iluminadas en su parte alta, pese a lo cual era imposible imaginar que anochecía en vez de amanecer. Las sombras se proyectaban en direcciones contrarias a las usuales, formando combinaciones anormales para la vista de los que conocen las sombras nocturnas, pero no están acostumbrados a las de la aurora.
Todo parecía torcido, atenuado y metamorfoseado, como si estuviera reflejado en un espejo. Y cuando el sol ganó altura, y las sombras se dispersaron, colocándose en sus habituales lugares, la serena luz del mundo de los recuerdos en que Ganin había vivido devino lo que en realidad era, es decir, el pasado.

Cesare Pavese- La Luna y Las Fogatas

Hay un motivo para que volviera a este pueblo, y no en cambio a Canelli, Barbaresco o Alba. Casi seguramente no nací aquí; no sé donde nací; en estos sitios no hay una casa ni un pedazo de tierra ni unos huesos de los que pueda decir “Esto era yo antes de nacer”. No sé si vengo de la colina o del valle, de los bosques o de una casa con balcones. La muchacha que me dejó en las escalinatas de la catedral de Alba quizás ni siquiera venia del campo, quizás fuera la hija de los dueños de una mansión, o bien me trajeron en un canasto de vendimia dos mujeres pobres de Monticello, de Neive, o por qué no de Caravanzana. ¿Quien puede decir de qué carne fui hecho? He andado bastante por el mundo como para saber que todas las carnes son buenas y equivalentes, aunque por eso uno se cansa y trata de echar raíces, unirse a la tierra y a la región, para que la propia carne valga algo y perdure un poco mas que un simple cambio de estación.
Por haber crecido en esta región, debo agradecerles a Virgilia, a Padrino, gente que ya no esta, aun cuando me hayan adoptado y criado solo porque el hospicio de Alessandria les pasaba una mensualidad. Hace cuarenta años, en estas colinas había infelices que para ver un escudo de plata se encargaban de un bastardo del hospicio, además de los hijos que ya tenían. Había quienes adoptaban una niña para disponer luego de una criada y gobernarla mejor; Virgilia me quiso porque ya tenía dos hijas, y cuando hubiera crecido un poco esperaban acomodarse en una gran finca, trabajar todos y tener un buen pasar. El Padrino entonces poseía la casita de Gaminella –dos habitaciones y un establo-, la cabra y la ribera de los avellanos. Yo estaba arriba con las chicas, nos robábamos la polenta, dormíamos sobre el mismo jergón. Angiolina, la mayor, tenia un año más que yo, y recién a los diez años, en el invierno que murió Virgilia, supe por casualidad que no era su hermano.

Alberto Moravia- El Autómata- En Familia

Era una familia muy unida, pero la mayoría de edad de los hijos y la estrechez creciente de los últimos años presagiaban su inminente dispersión. Todos ya sabían que el próximo invierno ya no verían aquellos cuartos inmutables desde la infancia, en un tiempo bien dispuestos y alegres y ahora opacos y llenos de objetos gastados y rotos; los dos varones irían a trabajar a una ciudad del Norte, la hija menor debía trasladarse a Inglaterra para diplomarse de enfermera y Leonora, por fin, la hija mayor, se casaría. Inmediatamente después de la boda, los padres, que no esperaban otra cosa, se mudarían a un departamento más pequeño.
Entre tanto, aun en esta atmósfera de mudanza y liquidación, los cuatro hermanos seguían estando muy juntos porque a pesar del lenguaje violento y los modales bruscos que ostentaban entre si, se querían mucho, con un afecto profundo que todavía era el afecto natural de la infancia, y que ellos sabían destinado a cesar apenas se marcharan de la casa. En aquellos días el probable matrimonio de Leonora con un rico joven provinciano excitaba sobre todo su sarcasmo. Llamaban a este matrimonio el mercado de la vaca, aludiendo así al hecho de que Leonora no se casaba por amor, sino como ella misma reconocía, por conveniencia. Por otra parte, ni Leonora ni sus hermanos hubieran atinado a decir si el tal matrimonio de interés les causaba verdadero disgusto. La necesidad económica les parecía, de manera inocente, una buena justificación; sin contar que todos ellos eran demasiado jóvenes para poder darse cuenta con exactitud de lo que sentían.

Ambrose Bierce- Diccionario del Diablo- Letra T

TSE TSE, Mosca, s. Insecto africano (Glossina morsitans) cuyo picotazo es considerado el remedio mas eficaz contra el insomnio, aunque algunos pacientes prefieren ser mordidos por un novelista norteamericano (Mendax interminabilis).

Tumba, s. Bandera de la indiferencia. Hoy el consentimiento corriente confiere a las tumbas de cierta santidad, pero cuando han estado ocupadas mucho tiempo, no se considera pecado abrirlas y saquearlas; el famoso egiptólogo doctor Huggyns explica que una tumba puede ser inocentemente “visitada” cuando su ocupante ha terminado de oler, pues eso significa que ha exhalado toda su alma. Esta razonable opinión es espontáneamente aceptada por los arqueólogos y ha dignificado considerablemente la noble ciencia de la curiosidad.

Tumulto, s. Distracción popular prestada a los militares por asistentes honestos.

Turba, s. En una republica, aquellos que ejercen una destacada autoridad templada por elecciones engañosas. La turba es como el sagrado Simurg, de la fabula árabe: omnipotente, a condición de que no haga nada.

martes, 4 de enero de 2011

John Cheever- Relatos- Tiempo de Divorcio

“Una noche, en casa de los Newsome, por motivos que nunca he entendido, intimamos con una pareja, el doctor Trencher y su esposa. Creo que la señora Trencher fue el elemento activo en la formación de esta amistad, y después de aquel encuentro telefoneó a Ethel tres o cuatro veces. Fuimos a cenar a su casa y ellos vinieron a la nuestra, y algunas veces, de noche, cuando el doctor sacaba a su vieja perra salchicha de paseo, subía a hacernos una breve visita. Parecía un hombre de trato agradable. He oído a otros médicos decir que es un buen profesional. Los Trencher rondan los treinta; por lo menos él, ella es mayor.
Yo diría que es una mujer fea, pero su fealdad es difícil de especificar. Es pequeña, tiene buen tipo y rasgos regulares, pero supongo que esa impresión de fealdad emana de cierta modestia interior, de una inmotivada falta de fe en sus posibilidades. Su marido no bebe ni fuma, e ignoro si eso tiene algo que ver, pero su rostro delgado posee una tez fresca; tiene las mejillas rosadas, y sus ojos azules son claros e intensos. Exhibe el singular optimismo de un medico muy experimentado; el sentimiento de que la muerte es una desdicha fortuita y de que el mundo físico no pasa de ser un territorio por conquistar. De la misma manera que su mujer parece fea, él da la impresión de ser joven.”

Paul Bowles- El Cielo Protector

“El teniente d· Armagnac consideraba que, en calidad de comandante del puesto militar de Bou Noura, llevaba allí una buena vida, aunque fuera algo monótona. Al principio la novedad había sido la casa; su familia le había mandado sus libros y sus muebles desde Burdeos, y había experimentado el placer de verlos en un entorno nuevo e inusitado. Después fueron los indígenas. El teniente era lo bastante listo como para insistir en darse el lujo de no despreciar a la población autóctona. Mantenía públicamente que los habitantes de Bou Noura constituían la parte accesible de una gran tribu misteriosa, de la que los franceses podían aprender mucho si se tomaban aquella molestia. Y, siendo como era un hombre educado, los demás soldados del puesto, a quienes les hubiera gustado ver a todos los indígenas recluidos detrás de las alambradas de púas y pudriéndose al sol (“... comme on a fait en Tripolitaine), no le habían retraído su generosidad descabellada, sino que se habían limitado a decir entre si que algún día el teniente recobraría su sano juicio y comprendería que aquella gente no era mas que una escoria inútil. El entusiasmo real del teniente por los indígenas había durado tres años. Su época de gran devoción por los árabes tocó a su fin más o menos cuando se canso de su media docena de amantes Ouled Nail No es que se volviera menos objetivo a la hora de juzgarlos, sino que de repente dejó de pensar en ellos completamente.”