Textos y Consignas

Los textos que se reproducen a continuacion son extraidos aleatoriamente de las numerosas lecturas de estos años en los que transité la consistencia molecular de palabras y oportunidades.
Las Consignas escriturarias ayudan, desde su eventualidad, a construir el tejido igneo de las palabras a partir de una forma no estructurada de entenderlas.
Asi, forma y contenido, no son referencias de un marco teorico.
Mas sencillamente, Textos y Consignas son un juego ceremonial al que no hay que darle mucha veracidad.
Solo un poco, poquito de ternura y solidaridad...

lunes, 10 de enero de 2011

José Saramago- Ensayo sobre la Ceguera

Teniendo en cuenta que los muertos pertenecían a una y otra sala, se reunieron los ocupantes de la primera y de la segunda con la finalidad de decidir si comían primero y enterraban a los cadáveres después, o lo contrario. Nadie parecía tener interés en saber quienes eran los muertos. Cinco de ellos se tuvieron en la sala segunda, no se sabe si ya se conocían de antes o, en caso de que no, si tuvieron tiempo y disposición para presentarse unos a otros e intercambiar quejas y desahogos. La mujer del medico no recordaba haberlos visto cuando llegaron. A los otros cuatro, si, a ésos los conocía, habían dormido con ella, por así decir, bajo el mismo techo, aunque de uno no supiera más que eso, y como podría saberlo, un hombre que se respeta no va a ponerse a hablar de asuntos íntimos a la primera persona que aparezca, decir que había estado en el cuarto de un hotel haciendo el amor con una chica de gafas oscuras, la cual, a su vez, si es de esta de quien se trata, ni se le pasa por la cabeza que estuvo y está tan cerca de quien la hizo ver todo blanco. Los otros muertos eran el taxista y los dos policías, tres hombres robustos, capaces de cuidar de si mismos, y cuyas profesiones consistían, aunque en distinto modo, de cuidar de los otros, y ahí están, segados cruelmente en la fuerza de la vida, esperando que les den destino. Van a tener que esperar a que estos que quedan acaben de comer, no por causa del acostumbrado egoísmo de los vivos, sino porque alguien recordó sensatamente que enterrar nueve cuerpos en aquel suelo duro y con un solo azadón era trabajo que duraría al menos hasta la hora de la cena. Y como no seria admisible que los voluntarios dotados de buenos sentimientos estuvieran trabajando mientras los otros se llenaban la barriga, se decidió dejar a los muertos para después.

Bram Stoker- Drácula

Tratare de transcribir lo mejor posible lo que ha dicho sobre la historia de su raza:
- Los szekelys tenemos derecho a sentirnos orgullosos, pues en nuestras venas corre la sangre de muchas razas valerosas que lucharon por el señorío como luchan los leones. Aquí, en este remolino de razas europeas, la tribu ugru trajo de Islandia el espíritu guerrero que le dieron Thor y Odin, y del que sus herserkers hicieron gala en las costas europeas y en las de Asia y África, con tal ferocidad, que los pueblos creyeron que era una invasión de hombres lobos. Cuando llegaron aquí, se encontraron con los hunos, cuya furia guerrera había asolado la tierra como un fuego viviente, lo que había hecho creer a sus agonizantes victimas que por sus venas corría la sangre de aquellas brujas que, expulsadas de Escitia, fueron a aparearse con los demonios del desierto. ¡Estupidos, estupidos! ¿Que demonio o que bruja ha sido jamás tan grande como Atila, cuya sangre aun corre por estas venas?
- Y alzó los brazos- ¿Es extraño que seamos una raza conquistadora, que seamos orgullosos, que cuando los magiares, los lombardos, los ávaros, los búlgaros o los turcos se lanzaron a millares sobre nuestras fronteras, les hiciéramos retroceder? ¿Es extraño que, cuando Arpad arrasó con sus legiones la patria de los húngaros, nos encontrara aquí al llegar a la frontera, y que diera por terminada la Honfoglalas en ese lugar? ¿Y que cuando la oleada de los húngaros se extendió hacia el Esta, los victoriosos magiares consideraran a los szekelys del mismo tronco, y nos confiaran la custodia de la frontera con Turquía durante siglos? Si, y mas aun, porque esta custodia no terminara jamás, pues, como dicen los turcos: “el agua duerme y el enemigo vigila”. ¿Quienes, de las Cuatro Naciones, recibieron con más alegría la “espada sangrienta” o acudieron antes a la llamada de la guerra para ponerse bajo el estandarte del rey? ¿Quien lavó esa gran afrenta de mi nación, la vergüenza de Casova, cuando las banderas de los valacos y los magiares sucumbieron ante el Creciente; quien, sino uno de mi propia raza, que cruzó el Danubio como voivoda y derrotó a los turcos en su propio suelo? Fue un Drácula, por supuesto. ¡La pena fue que cuando él cayó, su propio e indigno hermano vendió a su pueblo a los turcos, acarreándole la vergüenza y la esclavitud! ¿No fue este Drácula, en efecto, quien inspiró a ese otro de su estirpe que, en época posterior, cruzó repetidamente el gran río con sus fuerzas para marchar sobre Turquía, y que, cuando era rechazado, volvía una y otra vez, aunque regresara solo del ensangrentado campo donde habían sucumbido sus tropas, porque sabia que triunfaría al fin? Decían que solo pensaba en si mismo. ¡Ah! ¿De que sirven los campesinos sin un jefe que los mande? ¿En que acabaría la guerra, sin un cerebro y un corazón que la dirijan? Y cuando, después de la batalla de los mohacos, nos sacudimos el yugo húngaro, la sangre de los Drácula se encontraba entre sus dirigentes, pues nuestro espíritu no soporta la falta de libertad...

Isaac Bashevis Singer- Sombras sobre el Hudson

Los pensamientos se habían materializado en palabras y las palabras en hechos. Acababan de planear que emprenderían un viaje y ya estaban en camino. Tras la ventana se desplegaba un paisaje desolado: descolorido y macilento, nublado, sumido en un ensimismamiento tan antiguo como la propia creación del mundo. A Grein le pareció que hasta el cielo se asombraba: “¿De donde provengo? ¿Quien me ha extendido sobre la tierra como una tienda de campaña? ¿De donde ha salido todo lo demás: los árboles, los ríos, los bosques?” Las ramas, los cristales de las ventanas, los penachos de humo que subían de las chimeneas compartían el asombro de Grein. Durante unos momentos un pájaro intentó seguir el tren, pero pronto quedó atrás.
Grein respiro profundamente. Que maravilloso le resultaba todo: estar sentado en un tren en marcha, ver el cielo y tener a su lado a una persona del otro sexo, un misterio llamado Anna. El viaje le aclaraba el enigma del tiempo: se enrolla en si mismo como el pergamino de una “meguilá”. No, mas bien como el pergamino de los libros de la Torá, que vuelve a enrollarse apresuradamente en la fiesta de Simjat Torá cuando, acabados de leer los dos últimos capítulos del Deuteronomio, se empieza de nuevo por el Génesis. Los capítulos semanales pasan en un abrir y cerrar de ojos, los cinco libros se suceden con rapidez, aquí esta el Deuteronomio, llega Números, Levítico... todo se mueve, todo se va enrollando mientras todo permanece: cada palabra, cada carácter, cada floritura de la letra. Sin embargo, ¿que había escrito en ese rollo acerca de él, de Grein? “Hubo un hombre llamado Grein que abandonó a su esposa y a sus hijos, dejó sus negocios y se trasladó a Florida con la esposa de un amigo. En su desenfreno creyó que Dios no existía, que no había ley ni castigo, que todo era puro azar y caos. Y he aquí que sus días sobre la tierra ya estaban contados, y los clarividentes leyeron anticipadamente su epitafio y vieron su lapida y la hierba crecer sobre su tumba. En su ceguera, imaginó que su placer seria eterno”.

domingo, 9 de enero de 2011

Pascal Quignard- La Barca Silenciosa- La comunicación separada y sagrada

Porque la soledad precede al nacimiento no hay que defender a la sociedad como un valor.
La no-sociedad es la finalidad.
El pensamiento tropieza sin cesar con los límites donde su origen lo obliga y su dolor lo somete.
El termino francés infancia es extraordinario. Viene del latín in-fantia. Quiere decir, en francés, a-hablancia (a-parlance). Remite a un estado inicial, no social, que es origen de cada uno de nosotros y en el cual no hemos adquirido nuestra lengua. Somos lo no-hablante que debe aprender la lengua en los labios de quienes nos son cercanos. También, a pesar de que lo aprendemos viviendo, envejeciendo, trabajando, leyendo, siempre somos carne donde el lenguaje desfallece. Somos siempre niños viejos, viejos no-hablantes, animales vivíparos, seres de dos mundos para los cuales la lengua no es natural ni cierta. Hay una soledad anterior al narcisismo; un terrible éxtasis infante; un desistimiento; una desolación que constituye el comienzo de los días; es casi un éxtasis interno antes del éxtasis, antes de la contemplación, antes de la lectura. Este éxtasis abisal en el fondo de nosotros puede radicalizarse hasta el autismo. Una melancolía catastrófica precede la conciencia y repliega el alma sobre si misma en un circuito cerrado. Evoco el mundo interno antes de que sea tocado por el lenguaje sensato, adquirido, significante, nacional. Temporalmente este estado melancólico precede a la constitución de la conciencia. Este estado precede a la identidad. Si la conciencia define el lenguaje en un proceso de retroalimentación, entonces hace falta que el cuerpo haya tenido el tiempo de consentir al mundo sonoro materno, luego de adquirirlo, para que haya retroacción, luego reflexión, luego autoaprehención. Hay que haber vivido al menos dos años. Este circuito cerrado antes de la conciencia es el espacio del secreto. Un renacimiento y un reconocimiento de este éxtasis interno, esa es la lectura. El lector puede adorar ese vértigo (o aquel que se niega a leer detestar ese vértigo) porque ese vértigo estuvo en su origen.
El rasgo del orgasmo es temporal: es la pérdida de la conciencia de la duración.
Este rasgo es también el de la lectura.
Evoco ese cuerpo totalmente “presa” del otro mundo.
Es el imposible reencuentro con el mundo interno. Es la imposible restauración de la consonancia con el continente. Es la locura de “lo que se retroalimenta”. Es también la locura del amor: creer posible el reencuentro con la comunicación a la primera oportunidad entre un ser y otro. En la última entrevista que dio antes de morir atropellado por una camioneta cuando cruzaba la calle, Roland Barthes afirmo que la vida independiente se iba a convertir en un verdadero desafío en las sociedades democráticas. Agregaba que aquel que pretendiera vivir su indivisibilidad de modo radical se lanzaría a una vida muy difícil. Iniciaría una aventura tan enigmática como aquella a la que se había confrontado la mayor parte de los caballeros de la antigua materia de Bretaña cuando penetraba en el bosque azaroso. Es cierto que esta actitud ahora choca no solamente con el modo de vida de las clases más jóvenes sino también con la vigilancia general, la solidaridad moral, la salvación colectiva, la ciencia y sus redes de autorización y validación. Roland Barthes decía expresamente: “Lo único que un poder no tolera nunca es la impugnación por la retirada. Esto solo se puede vivir a través de conductas clandestinas. A través de engaños. Se puede enfrentar a un poder atacándolo. La retirada es mucho menos asimilable por parte de una sociedad”.
El amor define ese “esto”: la comunicación separada y sagrada, la vida secreta, la vida intensa al margen de la sociedad, la familia, el lenguaje común. En la más hermosa novela de amor escrita en Francia, La Chatelaine de Vergy, el amor se describe como la relación que excluye la intervención de un tercero. Que excluye toda confidencia. Que impone el secreto de la guarida. Lo mismo ocurre en la más hermosa historia de amor escrita en Gran Bretaña, Cumbres Borrascosas. En la materia de Bretaña los secretos no pueden ser dichos. Las confidencias del amor no pueden ser confiadas al aire sin acarrear desastres. Deben ser reveladas solamente por escrito, no caer en oídos de nadie, disimularse a la naturaleza y a todas las clases de la sociedad

“Por favor, déjenos escribir
lo que no osamos pronunciar con los labios”




miércoles, 5 de enero de 2011

Vladimir Nabokov- Mashenka

Las gruesas y pesadas manecillas en el gran rostro blanco del reloj que sobresalía perpendicularmente del rotulo de la tienda de relojería, señalaban las seis y treinta y seis minutos. En el débil azul del cielo que aun no se había calentado después de la frialdad nocturna, solo una nubecilla se había tornado de color rosáceo, y la alargada y delgada forma de esta nubecilla tenia una gracia inefable. Los pasos de los desgraciados que a esta hora estaban despiertos y circulando sonaban con especial claridad en el aire desierto, y, a lo lejos, una luz con colorido de carne destellaba en los raíles de los tranvías. Una carretilla, cargada con enormes montones de violetas, medio cubiertos con un burdo paño a rayas, avanzaba lentamente junto a la acera, y la florista ayudaba al corpulento perro de pelo rojo a arrastrar el vehiculo. Con la lengua afuera, el perro avanzaba trabajosamente, poniendo a contribución todos y cada uno de sus nervudos músculos entregados al servicio del hombre.
De las negras ramas de algunos árboles, en las que comenzaban a brotar los botones verdes, surgió una bandada de gorriones que voló produciendo un sonido de múltiples aleteos y se poso en lo alto de un delgado muro de ladrillos.
Las tiendas todavía dormían tras sus rejas y las casas solamente estaban iluminadas en su parte alta, pese a lo cual era imposible imaginar que anochecía en vez de amanecer. Las sombras se proyectaban en direcciones contrarias a las usuales, formando combinaciones anormales para la vista de los que conocen las sombras nocturnas, pero no están acostumbrados a las de la aurora.
Todo parecía torcido, atenuado y metamorfoseado, como si estuviera reflejado en un espejo. Y cuando el sol ganó altura, y las sombras se dispersaron, colocándose en sus habituales lugares, la serena luz del mundo de los recuerdos en que Ganin había vivido devino lo que en realidad era, es decir, el pasado.

Cesare Pavese- La Luna y Las Fogatas

Hay un motivo para que volviera a este pueblo, y no en cambio a Canelli, Barbaresco o Alba. Casi seguramente no nací aquí; no sé donde nací; en estos sitios no hay una casa ni un pedazo de tierra ni unos huesos de los que pueda decir “Esto era yo antes de nacer”. No sé si vengo de la colina o del valle, de los bosques o de una casa con balcones. La muchacha que me dejó en las escalinatas de la catedral de Alba quizás ni siquiera venia del campo, quizás fuera la hija de los dueños de una mansión, o bien me trajeron en un canasto de vendimia dos mujeres pobres de Monticello, de Neive, o por qué no de Caravanzana. ¿Quien puede decir de qué carne fui hecho? He andado bastante por el mundo como para saber que todas las carnes son buenas y equivalentes, aunque por eso uno se cansa y trata de echar raíces, unirse a la tierra y a la región, para que la propia carne valga algo y perdure un poco mas que un simple cambio de estación.
Por haber crecido en esta región, debo agradecerles a Virgilia, a Padrino, gente que ya no esta, aun cuando me hayan adoptado y criado solo porque el hospicio de Alessandria les pasaba una mensualidad. Hace cuarenta años, en estas colinas había infelices que para ver un escudo de plata se encargaban de un bastardo del hospicio, además de los hijos que ya tenían. Había quienes adoptaban una niña para disponer luego de una criada y gobernarla mejor; Virgilia me quiso porque ya tenía dos hijas, y cuando hubiera crecido un poco esperaban acomodarse en una gran finca, trabajar todos y tener un buen pasar. El Padrino entonces poseía la casita de Gaminella –dos habitaciones y un establo-, la cabra y la ribera de los avellanos. Yo estaba arriba con las chicas, nos robábamos la polenta, dormíamos sobre el mismo jergón. Angiolina, la mayor, tenia un año más que yo, y recién a los diez años, en el invierno que murió Virgilia, supe por casualidad que no era su hermano.

Alberto Moravia- El Autómata- En Familia

Era una familia muy unida, pero la mayoría de edad de los hijos y la estrechez creciente de los últimos años presagiaban su inminente dispersión. Todos ya sabían que el próximo invierno ya no verían aquellos cuartos inmutables desde la infancia, en un tiempo bien dispuestos y alegres y ahora opacos y llenos de objetos gastados y rotos; los dos varones irían a trabajar a una ciudad del Norte, la hija menor debía trasladarse a Inglaterra para diplomarse de enfermera y Leonora, por fin, la hija mayor, se casaría. Inmediatamente después de la boda, los padres, que no esperaban otra cosa, se mudarían a un departamento más pequeño.
Entre tanto, aun en esta atmósfera de mudanza y liquidación, los cuatro hermanos seguían estando muy juntos porque a pesar del lenguaje violento y los modales bruscos que ostentaban entre si, se querían mucho, con un afecto profundo que todavía era el afecto natural de la infancia, y que ellos sabían destinado a cesar apenas se marcharan de la casa. En aquellos días el probable matrimonio de Leonora con un rico joven provinciano excitaba sobre todo su sarcasmo. Llamaban a este matrimonio el mercado de la vaca, aludiendo así al hecho de que Leonora no se casaba por amor, sino como ella misma reconocía, por conveniencia. Por otra parte, ni Leonora ni sus hermanos hubieran atinado a decir si el tal matrimonio de interés les causaba verdadero disgusto. La necesidad económica les parecía, de manera inocente, una buena justificación; sin contar que todos ellos eran demasiado jóvenes para poder darse cuenta con exactitud de lo que sentían.

Ambrose Bierce- Diccionario del Diablo- Letra T

TSE TSE, Mosca, s. Insecto africano (Glossina morsitans) cuyo picotazo es considerado el remedio mas eficaz contra el insomnio, aunque algunos pacientes prefieren ser mordidos por un novelista norteamericano (Mendax interminabilis).

Tumba, s. Bandera de la indiferencia. Hoy el consentimiento corriente confiere a las tumbas de cierta santidad, pero cuando han estado ocupadas mucho tiempo, no se considera pecado abrirlas y saquearlas; el famoso egiptólogo doctor Huggyns explica que una tumba puede ser inocentemente “visitada” cuando su ocupante ha terminado de oler, pues eso significa que ha exhalado toda su alma. Esta razonable opinión es espontáneamente aceptada por los arqueólogos y ha dignificado considerablemente la noble ciencia de la curiosidad.

Tumulto, s. Distracción popular prestada a los militares por asistentes honestos.

Turba, s. En una republica, aquellos que ejercen una destacada autoridad templada por elecciones engañosas. La turba es como el sagrado Simurg, de la fabula árabe: omnipotente, a condición de que no haga nada.

martes, 4 de enero de 2011

John Cheever- Relatos- Tiempo de Divorcio

“Una noche, en casa de los Newsome, por motivos que nunca he entendido, intimamos con una pareja, el doctor Trencher y su esposa. Creo que la señora Trencher fue el elemento activo en la formación de esta amistad, y después de aquel encuentro telefoneó a Ethel tres o cuatro veces. Fuimos a cenar a su casa y ellos vinieron a la nuestra, y algunas veces, de noche, cuando el doctor sacaba a su vieja perra salchicha de paseo, subía a hacernos una breve visita. Parecía un hombre de trato agradable. He oído a otros médicos decir que es un buen profesional. Los Trencher rondan los treinta; por lo menos él, ella es mayor.
Yo diría que es una mujer fea, pero su fealdad es difícil de especificar. Es pequeña, tiene buen tipo y rasgos regulares, pero supongo que esa impresión de fealdad emana de cierta modestia interior, de una inmotivada falta de fe en sus posibilidades. Su marido no bebe ni fuma, e ignoro si eso tiene algo que ver, pero su rostro delgado posee una tez fresca; tiene las mejillas rosadas, y sus ojos azules son claros e intensos. Exhibe el singular optimismo de un medico muy experimentado; el sentimiento de que la muerte es una desdicha fortuita y de que el mundo físico no pasa de ser un territorio por conquistar. De la misma manera que su mujer parece fea, él da la impresión de ser joven.”

Paul Bowles- El Cielo Protector

“El teniente d· Armagnac consideraba que, en calidad de comandante del puesto militar de Bou Noura, llevaba allí una buena vida, aunque fuera algo monótona. Al principio la novedad había sido la casa; su familia le había mandado sus libros y sus muebles desde Burdeos, y había experimentado el placer de verlos en un entorno nuevo e inusitado. Después fueron los indígenas. El teniente era lo bastante listo como para insistir en darse el lujo de no despreciar a la población autóctona. Mantenía públicamente que los habitantes de Bou Noura constituían la parte accesible de una gran tribu misteriosa, de la que los franceses podían aprender mucho si se tomaban aquella molestia. Y, siendo como era un hombre educado, los demás soldados del puesto, a quienes les hubiera gustado ver a todos los indígenas recluidos detrás de las alambradas de púas y pudriéndose al sol (“... comme on a fait en Tripolitaine), no le habían retraído su generosidad descabellada, sino que se habían limitado a decir entre si que algún día el teniente recobraría su sano juicio y comprendería que aquella gente no era mas que una escoria inútil. El entusiasmo real del teniente por los indígenas había durado tres años. Su época de gran devoción por los árabes tocó a su fin más o menos cuando se canso de su media docena de amantes Ouled Nail No es que se volviera menos objetivo a la hora de juzgarlos, sino que de repente dejó de pensar en ellos completamente.”