Textos y Consignas

Los textos que se reproducen a continuacion son extraidos aleatoriamente de las numerosas lecturas de estos años en los que transité la consistencia molecular de palabras y oportunidades.
Las Consignas escriturarias ayudan, desde su eventualidad, a construir el tejido igneo de las palabras a partir de una forma no estructurada de entenderlas.
Asi, forma y contenido, no son referencias de un marco teorico.
Mas sencillamente, Textos y Consignas son un juego ceremonial al que no hay que darle mucha veracidad.
Solo un poco, poquito de ternura y solidaridad...

lunes, 25 de abril de 2011

Antonio Di Benedetto- Zama

Alguien me dijo:
- ¿Quieres vivir?
Alguien me preguntaba si deseaba vivir.
Era, entonces, que mi sangre no se fue toda. Era, también, que me había llegado el indio.
Podía, pues, no morir. No morir aun.
Me desgarro la ropa.
Después sentí la prisión del torniquete en los brazos y supe que mis manos sin dedos ya no manarían sangre.
Tal vez dormite, tal vez no.
Volvía de la nada.
Quise reconstruir el mundo.
Despegue los parpados tan pausadamente como si elaborara el alba.
El me contemplaba.
No era indio. Era el niño rubio. Sucio, estragadas las ropas, todavía no mayor de doce años.
Comprendí que era yo, el de antes, que no había nacido de nuevo, cuando pude hablar con mi propia voz, recuperada, y le dije a través de una sonrisa de padre:
- No has crecido...
A su vez, con irreductible tristeza, el me dijo:
- Tu tampoco.

Samuel Beckett- Malone Muere

Bien pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto. El mes que viene, quizás. Será entonces abril o mayo. Porque el año apenas comienza, mil pequeños indicios me lo dicen. Quizás me equivoque y deje atrás San Juan, y hasta el 14 de julio, fiesta de la libertad. Que digo, tal como me conozco, soy capaz de llegar a la Transfiguración o a la Asunción. Pero no creo, no creo equivocarme al decir que tales festejos, este año, se llevaran a cabo sin mí. Tengo ese sentimiento, lo tengo desde hace algunos días, y confío en el. Pero, ¿en que difiere de aquellos que me alucinan desde que existo? No, esta clase de preguntas no me inquieta. Lo pintoresco no es para mí una necesidad. Moriría hoy mismo, si quisiera, con solo esforzarme un poco, si pudiera querer, si pudiera esforzarme. Pero es preferible dejarme morir, sin violentar las cosas. Algo ha de haber cambiado en ellas. No quiero ya pesar en la balanza, ni de un lado ni de otro. Seré neutro e inerte. Me será fácil. Solo importa cuidarme de los sobresaltos. Por lo demás, me sobresalto menos desde que estoy aquí. Sin duda, aun tengo de cuando en cuando movimientos de impaciencia. De ellos debo defenderme ahora, durante dos o tres semanas. Sin exagerar nada, desde luego, llorando y riendo tranquilamente, sin exaltarme. Si, por fin voy a ser natural. Al principio sufriré más; después menos, sin sacar por ello conclusiones. Me escuchare menos, no seré ya ni frío ni caliente, seré tibio, moriré tibio, sin entusiasmo. No me contemplare morir; eso falsearía todo. ¿Me he contemplado vivir, acaso? ¿Alguna vez, acaso, me he quejado? Entonces, ¿por que alegrarme ahora? Estoy contento, a la fuerza, pero no hasta el extremo de aplaudir. Siempre estuve contento, sabiendo que seria reembolsado. Y aquí esta, ahora, mi viejo deudor. ¿Es una razón, tal vez, para recibirlo con algaraza? Ya no responderé a las preguntas. Tratare también de no formulármelas. Podrán enterrarme. No me verán ya en la superficie. De aquí a entonces voy a contar mis cuentos, si puedo. No serán los mismos cuentos de antes, eso es todo.

Augusto Roa Bastos- Hijo de Hombre

Hueso y piel, doblado hacia la tierra, solía vagar por el pueblo en el sopor de las siestas calcinadas por el viento norte. Han pasado muchos años, pero de eso me acuerdo. Brotaba en cualquier parte, de alguna esquina, de algún corredor en sombras. A veces se recostaba contra un mojinete hasta no ser sino una mancha mas sobre la agrietada pared de adobe. El candelazo de la resolana lo despegaba de nuevo. Echaba a andar tanteando el camino con su bastón de tacuara, los ojos muertos, parchados por las telitas de las cataratas, los andrajos de ao-poi sobre el ya visible esqueleto, no más alto que un chico.
- ¡Gua, Macario!
Dejábamos dormir los trompos de arasa junto al hoyo y lo mirábamos pasar como si ese viejecito achicharrado, hijo de uno de los esclavos del dictador Francia, surgiera ante nosotros, cada vez, como una aparición del pasado.
Algunos lo seguían procurando alborotarlo. Pero el avanzaba lentamente sin oírlos, moviéndose sobre aquellas delgadas patas de benteveo.
- ¡Gua, Macario Pitogue!
Los mellizos Goiburu corrían tras el tirándole puñados de tierra que apagaban un instante la diminuta figura.
- ¡Bicho feo... feo... feo!
- ¡Karai tuya coli... guilili!...
Los chillidos y las burlas no lo tocaban. Tembleque y terroso se perdía entre los reverberos, a la sombra de los paraísos y las ovenias que bordeaban la acera.

miércoles, 13 de abril de 2011

Boris Vian- El Arracacorazones

Los tres niños galopaban a cuatro patas en la sala en donde se los encerraba antes de la mamada de tresocloques. Empezaban a perder la costumbre de dormir veinticuatro horas sobre veinticuatro y a gozar con la distensión de los miembros traseros. Noel y Joel daban grititos. Citroen, mas digno, daba vueltas lentamente en torno a una mesita baja. Jacquemort los contemplaba. Solía acercarse a ellos ahora, cuando parecían ya más seres vivientes que larvas. Por efectos del clima y los cuidados recibidos habían progresado notablemente para su edad. Los dos primeros tenían pelo liso, de un rubio claro. El tercero, morocho y crespo como el día de su nacimiento, parecía tener un año mas que sus dos hermanos. Se babeaban, como es natural. Cada una de sus detenciones sobre la alfombra quedaba marcada por una manchita húmeda, unida un instante a la boca de su autor por un largo hilo momentáneo, flexible, frágil y cristalino. Jacquemort vigilaba a Citroen. Este, con la nariz apuntando al suelo, giraba ahora con suma energía. Luego sus movimientos se hicieron más lentos y se sentó. Levanto la mirada por encima de la mesita. - ¿En que estas pensando? –pregunto Jacquemort. - ¡Baauuuu!... –dijo Citroen. Tendió la mano hacia el objeto. Demasiado lejos. Se acerco sin abandonar la posición sentada y, asiendo deliberadamente el borde con los dedos, se puso de pie. - Ganaste –dijo Jacquemort-. Es exactamente así como hay que hacer. - ¡Oh, baauuu! –respondió Citroen, que soltó, cayo sentado de golpe y pareció asombrado. - ¿Ves? –dijo Jacquemort-. No había que soltarse. Es sencillo. Dentro de siete años harás tu primera comunión, dentro de veinte habrás terminado tus estudios, y cinco años mas tarde te casaras.

Leopoldo Marechal- El Banquete de Severo Arcangelo

Algunas veces –comenzó a decir Farias- he pensado que la concepción del Banquete monstruoso, tal como se dio en Severo Arcangelo, solo pudo cuajar en Buenos Aires. Porque Buenos Aires, en razón de su origen y de sus todavía frescos aluviones, no es una sola ciudad sino treinta ciudades adyacentes y distintas, cada una de las cuales aprieta su mazorca de hombres y destinos en interrogación. Solo un alma bruja como la de Severo Arcangelo pudo entresacar hombres y mujeres de tan diversos mundos, para unirlos en un collar armónico y sentarlos a la mesa de un Banquete que tanto se pareció a un aquelarre. Si gracias a usted la historia se publicase algún día, muchos entenderían por que una quinta de San Isidro quedo súbitamente abandonada, sin otro huésped que un suicida recostado aun en una fastuosa mesa de festín y dos clowns vivos y encadenados en las perreras de la casa; y sabrían asimismo por que, desde cierta noche critica, un numero de personas aparentemente no relacionadas entre si desaparecieron de la urbe sin dejar ningún rastro. Pero antes es útil que yo le diga brevemente quien soy y en que circunstancia me deje ganar por la empresa del Viejo Cíclope.

James Joyce- Ulises

Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana hacia flotar con gracia la bata amarilla desprendida, Levanto el tazón y entono: - “Introibo ad altare Dei” Se detuvo, miro de soslayo la oscura escalera de caracol y llamo groseramente: - Acércate, Kinch. Acércate, jesuita miedoso. Se adelanto con solemnidad y subió a la plataforma de tiro. Dio media vuelta y bendijo tres veces, gravemente, la torre, el campo circundante y las montañas que despertaban. Luego, advirtiendo a Esteban Dedalus, se inclino hacia el y trazo rápidas cruces en el aire, murmurando entre dientes y moviendo la cabeza. Esteban Dedalus, malhumorado y con sueño, apoyo sus brazos sobre el ultimo escalón y contemplo fríamente la gorgoteante y meneadora cara que lo bendecía, de proporciones equinas por el largo y la cabellera clara, sin tonsurar, parecida por su tinte y sus vetas al roble pálido. Buck Mulligan espió un instante por debajo del espejo y luego tapo la bacía con toda elegancia. - ¡De vuelta al cuartel! dijo severamente. Luego agrego con tono sacerdotal: - Porque esto, ¡oh amados míos!, es el verdadero Cristo: cuerpo y alma y sangre y llagas. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, señores. Un momento. Hay cierta dificultad en esos corpúsculos blancos. Silencio, todos. Lanzo una mirada de reojo, emitió un suave y largo silbido de llamada y se detuvo un momento extasiado, mientras sus dientes blancos y parejos brillaban aquí y allá con puntos de oro. Chrysostomos. Atravesando la calma, respondieron dos silbidos fuertes y agudos. - Gracias, viejo –grito animadamente-. Ira bien eso. Corta la corriente, ¿quieres?

miércoles, 6 de abril de 2011

Octavio Paz- El Arco y la Lira

Las palabras se conducen como seres caprichosos y autónomos. Siempre dicen “esto y lo otro” y, al mismo tiempo, “aquello y lo de mas allá”. El pensamiento no se resigna; forzado a usarlas, una y otra vez pretende reducirlas a sus propias leyes; y una y otra vez el lenguaje se rebela y rompe los diques de la sintaxis y del diccionario. Léxicos y gramáticas son obras condenadas a no terminarse nunca. El idioma esta siempre en movimiento, aunque el hombre, por ocupar el centro del remolino, pocas veces se da cuenta de este incesante cambiar. De ahí que, como si fuera algo estático, la gramática afirme que la lengua es un conjunto de voces y que estas constituyen la unidad más simple, la célula lingüística. En realidad, el vocablo nunca se da aislado; nadie habla en palabras sueltas. El idioma es una totalidad indivisible; no lo forman la suma de sus voces, del mismo modo que la sociedad no es el conjunto de los individuos que la componen. Una palabra aislada es incapaz de constituir una unidad significativa. La palabra suelta no es, propiamente, lenguaje; tampoco lo es una sucesión de vocablos dispuestos al azar. Para que el lenguaje se produzca es menester que los signos y los sonidos se asocien de tal manera que impliquen y trasmitan un sentido. La pluralidad potencial de significados de la palabra suelta se transforma en la frase en una cierta y única, aunque no siempre rigurosa y univoca, dirección. Así, no es la voz, sino la frase u oración, la que constituye la unidad más simple del habla. La frase es una totalidad autosuficiente; todo el lenguaje, como un microcosmo, vive en ella. A semejanza del átomo, es un organismo solo separable por la violencia. Y en efecto, solo por la violencia del análisis gramatical la frase se descompone en palabras. El lenguaje es un universo de unidades significativas, es decir, de frases.

Carlos Fuentes- El Naranjo

Me asocie de este modo a la esperanza de una victoria indígena. Todos mis actos, ya lo habéis adivinado y yo os lo puedo decir desde mi sudario intangible, iban dirigidos a esta meta: el triunfo de los indios contra los españoles. Moctezuma desaprovecho, una vez más, la oportunidad. Se adelanto a los acontecimientos, se jacto ante Cortes de saberlo amenazado por Narváez, en vez de apresurarse a pactar con Narváez contra Cortes, derrotar al extremeño, y luego lanzar a la nación azteca contra el fatigado regimiento de Narváez. De esta manera, México se hubiera salvado... Debo decir a estas alturas que siempre, en Moctezuma, la vanidad fue mas fuerte que la astucia, aunque aun mas fuerte que la vanidad, fue el sentimiento de que todo estaba predicho, por lo cual al Rey solo le correspondía desempeñar el papel determinado por el ceremonial religioso y político. Esta fidelidad a las formas acarreaba, en el espíritu del rey, su propia recompensa. Así había sucedido siempre, ¿no era verdad?. Yo no supe decir que no, argumentar con el. Quizás mi vocabulario mexicano era insuficiente y desconocía las formas más sutiles del razonamiento filosófico y moral de los aztecas. Lo que si quise fue frustrar el designio fatal, si tal cosa existía, mediante las palabras, la imaginación, la mentira. Pero cuando palabra, imaginación y mentira se confunden, su producto es la verdad...

Joseph Conrad- El Corazón de las Tinieblas

1 El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se escoro hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea. El estuario del Tamesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos, el cielo y el mar se unían sin ninguna ruptura, y en el espacio luminoso, las velas curtidas de los navíos que subían con la marea, parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que se extendía por las orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aun, parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo. El director de la compañía era a la vez nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro observábamos con afecto su espalda mientras, de pie en la proa, contemplaba el mar. En todo el río no se veía nada que tuviera ni la mitad de su aspecto marino. Parecía un piloto, que para un hombre de mar es la personificación de todo aquello en que puede confiar. Era difícil comprender que su trabajo no se encontrara allí, en aquel estuario luminoso, sino atrás, en la ciudad cubierta por la niebla. Existía entre nosotros, como ya lo he dicho en alguna otra parte, el vínculo del mar. Además de mantener nuestros corazones unidos durante largos periodos de separación, tenia la fuerza de hacernos tolerantes ante las experiencias personales, y aun ante las convicciones de cada uno.