Textos y Consignas

Los textos que se reproducen a continuacion son extraidos aleatoriamente de las numerosas lecturas de estos años en los que transité la consistencia molecular de palabras y oportunidades.
Las Consignas escriturarias ayudan, desde su eventualidad, a construir el tejido igneo de las palabras a partir de una forma no estructurada de entenderlas.
Asi, forma y contenido, no son referencias de un marco teorico.
Mas sencillamente, Textos y Consignas son un juego ceremonial al que no hay que darle mucha veracidad.
Solo un poco, poquito de ternura y solidaridad...

martes, 26 de julio de 2011

Amelia Biagioni- Cazador en trance y otros poemas- La Fugitiva

Donde
en que noche y maleza
estoy corriendo
pelo rojo despavorido
ojos y nuca desbandados
gritando rojamente.
Soy la fugitiva
por que
me persiguen sin tregua
quienes
y huyo desnuda rota
atravieso cruentas palabras
pierdo los ojos
no puedo mas
tropiezo
me derrumbo
pelo gris
grito
gris.

No huiste lo bastante
dice mi espalda
y me levanta.

Y huyo otra vez
manando
pelo rojo aterrado
huella roja
pájaro fijo.
Sabiendo solamente
de profundis
que debo huir
que viene acortando distancia
no
no
no
que se acercan
desde una noche
venidera.



Mario Trejo- Orgasmo y otros poemas- Tentación de describir el acto de escribir

Ocurre que he comenzado a escribir estas palabras
que se detienen de pronto en la letra O, de pobre o
riquísima significación –según se mire-; esto es,
una graciosa elección de la vocal mas risueña del
alfabeto, nada mas que eso, o (mágica reaparición de
la graciosa vocal), por lo contrario, el foco hacia el
cual convergen las otras palabras para alcanzar su
significado pleno y único, aun si la elección que
estoy haciendo en este mismo momento es una entre
muchas o infinitas combinaciones.

Y esa letra O, ese foco, ha terminado por irradiar una
constelación de significaciones, una dentro de la
otra, que no es sino la forma de este acto de escribir,
de esta tentación de describir el acto de escribir,
cuya descripción termino en este instante, así, con la
letra O.

(Describo la forma de este acto de escribir, de esta
tentación de describir el acto de escribir que describe
la forma de este acto de escribir, de esta tentación
de describir el acto de escribir que describe la forma
de...)

Nosotros, entonces, hemos pasado de depender de la
letra O a poder manejarla.

De sentimientos, olores, gestos evadidos al tiempo
en que fueron, hablaremos mas tarde.

Ricardo E. Molinari- Barranca Yaco y otros poemas-Cuando aborrezco a la gente...

Cuando aborrezco a la gente, a los hombres,
cuando me inunda el odio y me empapa la
lengua,
salgo a buscarte por las anchas calles,
para hundirme en tu pecho, como en un
hondo río, y consolarme.
(Pero tu no estas en ninguna parte.)
Seria perfecta la vida si eso sucediera,
si lo que se sueña tuviera realidad
igual al odio, la muerte o el olvido.
Pero no; tu andas en otro mundo
que nada puede compartir con el mío,
que esta lleno de palabras, de un sol hermoso
que se pudre en el campo.

Inútil. Tendrías que entender la soledad,
el agua horrible que me quema las flores
que brotan alrededor de mi cuello,
si estoy alegre. Oír mi voz, oírla,
cuando sale quieta, a buscar la noche,
desprevenida,
deshecha de amor triste, incomprensible,
perdida.

No; no podrías nunca abandonar tu cielo,
el aire saturado de los que sueñan
junto a la gente,
para ver mi mejilla apoyada en la tierra,
desesperando la aurora.

viernes, 15 de julio de 2011

Clarice Lispector- Revelación de un mundo

¿Intelectual? No

Otra cosa que no parecen comprender los otros es cuando dicen que soy una intelectual y yo digo que no lo soy. De nuevo, no se trata de modestia y si de una realidad que ni de lejos me hiere. Ser intelectual es usar sobre todo la inteligencia, lo que no hago: lo que uso es la intuición, el instinto. Ser intelectual es también tener cultura, y yo soy tan mala lectora que, ahora ya sin pudor, digo que no tengo realmente cultura. Ni siquiera leí las obras importantes de la humanidad. Además de leer poco: solo leí mucho, y leía ávidamente lo que me cayera en las manos, entre los trece y los quince años de edad. Después pase a leer esporádicamente, sin orientación de nadie. Esto es para no confesar –y esto lo digo con algo de vergüenza- que durante años solo leía novelas policiales. Hoy en día, a pesar de tener muchas veces pereza para escribir, llego de vez en cuando a tener mas pereza para leer que para escribir. Literata tampoco soy porque no hice del hecho de escribir libros “una profesión” ni “una carrera”. Los escribí recién cuando espontáneamente me surgieron y solo cuando realmente quise.
¿Soy una aficionada?¿Que soy entonces? Soy una persona que tiene un corazón que a veces se da cuenta, soy una persona que quiso poner en palabras un mundo ininteligible y un mundo impalpable. Sobre todo una persona cuyo corazón late de levísima alegría cuando logra en una frase decir algo sobre la vida humana o animal.

John Berger- Aquí nos vemos

El cementerio tenía amplios parterres de hierba y unos árboles muy altos. Un tordo brincaba meticuloso sobre la hierba recién segada. Preguntamos al jardinero, que era bosnio, donde estaba la tumba.
Por fin la encontramos en una esquina alejada. Una sencilla lapida y un rectángulo de gramilla sobre el que había un arbusto plantado en un cesto; era un arbusto frondoso, de hoja pequeña de un verde muy oscuro y con bayas. Debería haber sabido el nombre de la planta, pues Borges amaba la exactitud; cuando escribía quería llegar hasta donde había elegido llegar. Se paso toda la vida enzarzado en políticas escandalosas o equivocadas, pero nunca se dejo enzarzar en la página.

Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.

La planta, según nos dijo el jardinero bosnio, era un tipo de boj, el buxus sempervivens. Tendría que haberlo reconocido. En los pueblos de la Alta Saboya se humedece en agua bendita una ramita de esta planta para salpicar con ella por última vez el cadáver del ser querido amortajado en la cama. Se convirtió en una planta sagrada debido a la escasez de otra. El domingo de Ramos nunca había suficientes hojas de sauce en la región, y los saboyanos empezaron a sustituirlas por ramas de este tipo de boj.
Había muerto, decía la lapida, el 14 de junio de 1986.
Nos quedamos los dos en silencio. Katya llevaba una mochila colgada al hombro y yo tenia el casco con los guantes dentro, entre las manos. Nos agachamos delante de la lapida.
Tenia tallado un bajorrelieve que representaba a unos hombres en lo que parecía una especie de embarcación medieval. ¿O estaban en tierra y era su disciplina militar lo que los hacia estar tan pegados, tan incondicionalmente juntos? Parecían figuras antiguas. Al otro lado de la lapida había mas guerreros, estos con unos remos o unas lanzas en la mano, confiados, preparados para cruzar el terreno o el agua que hubiera que cruzar.
Cuando Borges vino a morir a Ginebra, le acompañaba Maria Kodama. Había sido alumna suya en los años sesenta en sus cursos de anglosajón y literatura escandinava. Borges la doblaba en edad. Cuando se casaron, ocho semanas antes de que el falleciera, se mudaron del hotel en el que estaban, en una de las calles-archivo llamada Rue de la Tour-Maitresse, a un piso que ella había buscado.
De usted, escribió el en una dedicatoria, es este libro, Maria Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que esta sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las laminas?
Solo podemos dar lo que ya hemos dado. Solo podemos dar lo que ya es del otro.

James Joyce- Retrato del artista adolescente

El corto crepúsculo decembrino se había desplomado torpemente tras un día plomizo, y mientras Sthepen miraba el sombrío cuadrado de la ventana, el vientre le estaba reclamando su alimento. Esperaba que tendrían estofado para cenar, con nabos, zanahorias y patatas majadas y grasientos pedazos de cordero adecuados para ser bien revueltos en la salsa gruesa, adobada de harina y de pimienta. ¡Engúlletelo!, esta era la voz del vientre.
Seria una noche sombría y secreta. Poco después de la caída de la noche las lámparas amarillas iluminarían aquí y allá el sórdido barrio de los burdeles. Iría por caminos extraviados, calles arriba y abajo, haciendo círculos cada vez más cerrados, mas cerrados, con un estremecimiento de temor y de alegría, hasta que sus pasos le llevaran de pronto a trasponer cierto sombrío rincón. Las cantoneras estarían saliendo de sus casas, preparándose para la noche, desperezándose aun del sueño y ajustándose las horquillas en los mechones de pelo. Y el pasaría tranquilamente por entre ellas esperando solo un momentáneo movimiento de su voluntad o un imprevisto llamamiento que a su espíritu hiciera aquella carne suave y perfumada. Y, sin embargo, al rondar en busca de tal llamada, sus sentidos, embrutecidos solo por el deseo, tendrían que anotar agudamente todo lo que los hería o llenaba de oprobios: sus ojos, un circulo de espuma de cerveza sobre una mesa sin tapete o una fotografía de dos soldados en posición de firmes o un cartel chillón de teatro; sus oídos, la recalcada jerga de los saludos...