Textos y Consignas

Los textos que se reproducen a continuacion son extraidos aleatoriamente de las numerosas lecturas de estos años en los que transité la consistencia molecular de palabras y oportunidades.
Las Consignas escriturarias ayudan, desde su eventualidad, a construir el tejido igneo de las palabras a partir de una forma no estructurada de entenderlas.
Asi, forma y contenido, no son referencias de un marco teorico.
Mas sencillamente, Textos y Consignas son un juego ceremonial al que no hay que darle mucha veracidad.
Solo un poco, poquito de ternura y solidaridad...

miércoles, 22 de junio de 2011

Ambrose Bierce- El Club de los Parricidas- Una Noche de Verano

El hecho de que Henry Armstrong estuviera enterrado no le parecía una prueba de su muerte; siempre había sido un hombre difícil de convencer. Pero el testimonio de sus sentidos lo obligaba a reconocer que estaba realmente enterrado. Su postura –estirado de espaldas, con las manos cruzadas sobre el estomago y atadas con algo que rompió fácilmente, aunque sin alterar la situación en forma provechosa-, el estricto confinamiento de toda su persona, la oscuridad y el profundo silencio, constituían un conjunto de evidencias imposible de controvertir y el lo aceptaba sin vacilar.
Pero no estaba muerto, no; solo muy, muy enfermo. Sentía, además, la apatía del invalido y no le preocupaba mucho el inusitado destino que le había tocado. No era un filósofo, solo una persona común y corriente dotada, por el momento, de una indiferencia patológica; su órgano de temer consecuencias estaba aletargado. De modo que sin particular aprensión por un futuro inmediato, se quedo dormido y todo fue paz para Henry Armstrong.
Pero algo ocurría mas arriba. Era una oscura noche de verano rasgada por algunos relámpagos que hacia el oeste encendían silenciosamente una nube baja, presagio de tormenta. Esas breves y sorprendentes iluminaciones destacaban con horrible nitidez los monumentos y las lapidas del cementerio y parecían ponerlos a bailar. Una noche así, no era probable que algún testigo digno de crédito estuviese paseando por el cementerio, de modo que los tres hombres que cavaban en la tumba de Henry Armstrong se sentían razonablemente seguros.

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