Textos y Consignas

Los textos que se reproducen a continuacion son extraidos aleatoriamente de las numerosas lecturas de estos años en los que transité la consistencia molecular de palabras y oportunidades.
Las Consignas escriturarias ayudan, desde su eventualidad, a construir el tejido igneo de las palabras a partir de una forma no estructurada de entenderlas.
Asi, forma y contenido, no son referencias de un marco teorico.
Mas sencillamente, Textos y Consignas son un juego ceremonial al que no hay que darle mucha veracidad.
Solo un poco, poquito de ternura y solidaridad...

miércoles, 5 de enero de 2011

Cesare Pavese- La Luna y Las Fogatas

Hay un motivo para que volviera a este pueblo, y no en cambio a Canelli, Barbaresco o Alba. Casi seguramente no nací aquí; no sé donde nací; en estos sitios no hay una casa ni un pedazo de tierra ni unos huesos de los que pueda decir “Esto era yo antes de nacer”. No sé si vengo de la colina o del valle, de los bosques o de una casa con balcones. La muchacha que me dejó en las escalinatas de la catedral de Alba quizás ni siquiera venia del campo, quizás fuera la hija de los dueños de una mansión, o bien me trajeron en un canasto de vendimia dos mujeres pobres de Monticello, de Neive, o por qué no de Caravanzana. ¿Quien puede decir de qué carne fui hecho? He andado bastante por el mundo como para saber que todas las carnes son buenas y equivalentes, aunque por eso uno se cansa y trata de echar raíces, unirse a la tierra y a la región, para que la propia carne valga algo y perdure un poco mas que un simple cambio de estación.
Por haber crecido en esta región, debo agradecerles a Virgilia, a Padrino, gente que ya no esta, aun cuando me hayan adoptado y criado solo porque el hospicio de Alessandria les pasaba una mensualidad. Hace cuarenta años, en estas colinas había infelices que para ver un escudo de plata se encargaban de un bastardo del hospicio, además de los hijos que ya tenían. Había quienes adoptaban una niña para disponer luego de una criada y gobernarla mejor; Virgilia me quiso porque ya tenía dos hijas, y cuando hubiera crecido un poco esperaban acomodarse en una gran finca, trabajar todos y tener un buen pasar. El Padrino entonces poseía la casita de Gaminella –dos habitaciones y un establo-, la cabra y la ribera de los avellanos. Yo estaba arriba con las chicas, nos robábamos la polenta, dormíamos sobre el mismo jergón. Angiolina, la mayor, tenia un año más que yo, y recién a los diez años, en el invierno que murió Virgilia, supe por casualidad que no era su hermano.

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